jueves, 18 de septiembre de 2014

Corazón habla en mi nombre.

¿Cómo se prepara uno para lo que no está preparado? ¿Cómo puedes enfrentarte a tus demonios si ante la idea de hacerles frente te sientes abatido antes de entrar en batalla y huyes del mismo enemigo del que no puedes escapar sin importar el lugar que escojas para esconderte? La idea de estar siempre en alerta le traía de cabeza a John, no sabía qué hacer, hasta que conoció a Shally; sólo entonces halló esa paz de la que le habían vetado durante muchos años. Estando con ella se dio cuenta de que podía ser él mismo en todo momento y no necesitaba fingir para ser aceptado, ni ocultar sus inseguridades y traumas para vender una imagen a la que nunca se había acostumbrado. Ella le había salvado la vida, de mil y una maneras posibles, y ahora que estaba aprendido por fin a vivir a su lado pensó que estaría bien por una vez en la vida vivir sin planes, sin horarios, juntos de la mano, dejándose llevar al ritmo que marcasen los compases del día a día. Y al instante tomó consciencia una vez más de la boca de Shally, tierna y suave, como un dulce caramelo blando que al entrar en contacto con tu paladar te deshace de gusto y armoniza tus sentidos y a su vez inspira un cosquilleo que al estómago te llega en forma de hormigueo, y te abre el apetito y te sacia y te colma de deseo cuando en tu boca se deshace. Podría besarla de mil y una maneras posibles: ardiente, febril, apasionada, esquiva, tímida, e incluso ruidosa. De tantas formas que todas habrían estado bien. Al resbalar la yema de sus dedos por su rostro comprendió que una vida a su lado nunca le sería suficiente, pues con sólo su presencia sentía que ya había gastado toda la suerte de mil vidas, y aún no habían comenzado ni a vivir una vida en común como marido y mujer.

Al abrir los ojos tras aquel profundo e inagotable beso se enamoró aún más de su gran amor, del rubor que encendía sus mejillas cuando su ruda y curtida piel por el sol raspaba su mentón. De la forma en la que sus labios creaban sus líneas, del color que dejaban sus besos tras ser besados con fervor.

Sintió el aroma de su cuello pegarse a su nariz, y John no pudo evitar recorrer esa delgada línea que separa el mentón de la clavícula para llenarla de un reguero de besos que hubiera estado recorriendo infinitas veces sin llegar a cansarse en ningún momento.

Rompieron el silencio de la noche con los gemidos de la boca de Shally, y la presión de sus senos contra su duro pecho anticipo el deseo de sus manos de atraerla con más fuerza contra él. Y al sentir la suave presión de sus brazos contra su cuello dejó que ella misma le rodeara con sus manos, para que le llevase contra su boca.

No había necesidad alguna de expresar palabras, porque a veces, incluso aunque en casos excepcionales son necesarias, ahora lo único para lo que servirían sería para estorbar. Y al igual que una hoja de un árbol en el otoño es mecida con suavidad por el constante vaivén del viento, sus cuerpos se movieron imitando a la naturaleza. Los dedos de Shally dejaron de seguir pegados al cuello de John y ascendieron súbitamente hasta sujetar su cuero cabelludo, del cual tiraron con suavidad, ejerciendo una ligera presión sin llegar a dañarle.

Y en mitad de la tempestad llegó la calma, y los besos se suavizaron, y los brazos de John descendieron hasta toparse con la forma redonda y dura de las nalgas de Shally para impulsarla en el aire y tomarla entre sus brazos, y al darse cuenta de que sus caderas se habían encontrado, ella percibió a través de la fina tela con la que estaba cubierta la dura erección de él atravesar cada fibra entretejida invitándola a probar aquel manjar que a su boca tanto le gustaba saborear.

  • Te quiero.

El susurro de sus labios acariciando el lóbulo de su oreja fue demasiado para John, como una intensa descarga de mil voltios que lo sacudió desde los pies hasta la cabeza. Consciente de que no podía detenerse caminó con ella hasta el interior del porche y allí la pegó contra la puerta, y su cuerpo se relajó brevemente antes de sentir una vez más la fuerza de los besos que ambos se profesaban. John siempre se había mostrado a sí mismo como un hombre pulcro y cuidado, reservado con las emociones para evitar que le hiciesen daño, pero con Shally todas aquellas falsas fachadas caían como piezas de dominó perfectamente alineadas.

  • Shally.

Fue la única palabra que pudo pronunciar antes de que su lengua y su boca fueran ocupadas por las de su amante. Los besos se volvieron más codiciosos e intensos. Se forzaron a tomarse un breve segundo para acceder al interior de la vivienda, y después otro para cerrar la puerta tras de sí. Las escaleras no fueron un impedimento para seguir besándose o tocándose. Eran libres de hacer lo que quisieran con sus cuerpos, y cuando llegaron a su dormitorio la pasión que habían logrado encender instantes antes se volvió más intensa y poderosa. Al caer sobre la cama deshecha entrelazaron sus dedos, y los besos volvieron a retomar el camino que momentos antes habían perdido.


Pero ambos querían más, necesitaban aquello para lo que habían estado preparándose, por lo que el mentón de John acabó presionando ligeramente el vientre de Shally, y una vez allí se atrevió a ir un poco más lejos cuando las piernas de su amor se abrieron ante sus ojos para mostrarle una vez más el deseo que nacía en el interior de su sexo.

  • John. - Le llamó una vez más por su nombre.

Y él se sonrojó. Pero no se despistó ni desvió la atención de su objetivo final. Y volvió para retomar lo que estaba haciendo.

Dulce. Así es como describía su sabor al tacto de su lengua en el interior de su su clítoris. Humedecidos los labios de John por su propia saliva, estimuló los genitales de Shally, mientras ésta hundía su rostro contra la almohada y retraía sus caderas intimidada por las sensaciones que la embriagaban en aquellos mismos momentos.

  • Hazlo, John. - Susurró su amor casi sin aliento.


Y la penetró en el mismo instante en el que ella alcanzaba su orgasmo, una hazaña que intensificó su éxtasis personal. Pero ahí no acabó la cosa: ella siempre quería más, y a galopantes horcajadas John movió sus caderas con su pene empujando la pared frontal de la vagina, mientras mutuamente exhalaban suspiros y gemidos que no podían acallar ni con los besos ni con las presiones de sus gestos cuando uno mordía al otro o hundía su rostro contra el colchón. Y al penetrarla aún con más intensidad y fuerza, John la llamó dulcemente por su nombre y extasiado por la sensación de llegar al paraíso gritó y se convulsionó corriéndose en el interior de ella, mientras Shally no cesaba de gemir una vez más ahogada por su propio deseo.


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

martes, 9 de septiembre de 2014

Home, Sweet Home.

El vello de los carrillos comenzaba a resultarme molesto, pero no dije nada o hice gesto alguno en presencia de Wendolina que le indicara que merecía sus atenciones debido aún al estado de mis huesos y heridas. Con los dedos aún ocupados entre las últimas páginas del libro que su hermano mayor me había prestado, mi mente se mantenía ocupada gran parte del tiempo aunque, claro estaba, las horas de la mañana corrían de manera más lenta puesto que la pequeña Shally debía acudir a clase y no podía hacerme compañía llenándome de una alegría que hasta entonces había estado desaparecida en mi existencia. Cerré los ojos un breve instante, y mi única mano libre cubierta de vendas danzó en torno a la colcha tejida a mano y allí, entre los puntos deshilachados, se encontraba el caballo de madera de la niña al que por nombre había llamado Tifón. Al sentirlo entre mis yemas abrí los ojos de inmediato y lo contemplé brevemente, pues la mano de Wendolina me sobresaltó al sentir el tacto de su piel tocándome de manera espontánea y sin necesidad alguna.

  • Cielos. - Su sonrisa se amplió en torno a sus labios. - No sé cómo debo de decirle que no puede dejar sus juguetes en cualquier parte.

Yo le devolví la sonrisa y temí lo que no pude evitar: el juguete que tanto le gustaba a ella me fue arrebatado de las manos y no pude hacer nada por persuadir a su madre para que no me lo quitase de los dedos que fuese del todo consciente de que no quería perderlo de vista.

Se guardó la pieza en el bolsillo central del delantal y volvió a mirarme con sus grandes y saltones ojos azulados.

  • Pero mírate. - Con un inusual atrevimiento en su conducta su mano volvió a tocar mi piel, pero esta vez sus dedos se apoyaron sobre mi barba y, resbalándose con lentitud, surcó buena parte de mi rostro mientras sus dorados cabellos de un color que me recordaba a las espigas del trigo se mecían entre su rostro y caía por su cara antes de tapar el rubor de sus mejillas.

El viento golpeó ligeramente las contraventanas, un ruido que a ambos nos alteró y nos trajo de vuelta a la realidad de manera apresurada, y donde antes había estado la mano de Wendolina lo único que quedaba ahora era un calor residual difícil de soportar.

  • Iré a por la palangana, la brocha y la crema de afeitar. - Hubo una breve pausa en sus palabras.

Tomé su mano con rapidez, aferrando sus finas muñecas contra mis dedos, un gesto que ella malinterpretó, porque antes de que me diera cuenta su cabeza ya se había acercado a la mía y su boca y sus labios estaban besando a los míos.



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martes, 2 de septiembre de 2014

Besos que acortan distancias.

Sus labios, su boca y su sabor. Lo quería todo de ella. La acuosa y pequeña lengua de Shally empujando a la suya de manera brutal y sin miramientos hacia el interior de esa húmeda cueva, donde sus dientes chocarían debido al encontronazo de las diferentes fuerzas que cada uno ejercía. Y su mente era un hervidero de pensamientos que aflojaban el ritmo de sus pisadas, como si manos invisibles se aferrasen a sus zapatillas y le impidiesen dar las grandes zancadas que ansiaba alcanzar para acortar la distancia que le separaba de la mujer que amaba. Encadenado a ideas efímeras y sin valor, John se fue desprendiendo de aquellos pensamientos como si de una coraza pesada se tratase, y cuanto más libre y más aprisa se movía, más consciente era de que sus propias pisadas se habían convertido en zancadas y los metros que les separaban en centímetros; el aire contenido en sus pulmones pudo ser exhalado y al instante se vio respirando el dulce aroma del aliento de Shally.

Su mente entonces comprendió que eso era lo que quería, que era lo único que deseaba en aquellos momentos: llenarse de Shally impregnando su piel con su aroma, su boca con su sabor, y alcanzar con sus propias articulaciones los rincones más íntimos de su piel. Si la ingenuidad era una maldición o una bendición, poco le importaba a John en esos momentos; su amor, su joven y dulce muchacha de la que llevaba más de un año prendado, había aceptado finalmente casarse con él, y ese pensamiento le valió de manera momentánea una entrada en el reino de los cielos. Sí, iría directo al infierno si no la trataba como se merecía, pero nunca le haría daño, ni dejaría que nadie se lo hiciesen, Shally era especial, demasiado única y vulnerable para vivir en una pequeña ciudad como aquella, pero John siempre tuvo la certeza de que era la única forma de tenerla sólo para él, por eso, cuando se le presentó la ocasión, sin dudarlo rompió sus alas impidiéndole emprender el vuelo, enjaulándola como un animal y sumiéndola en la más profunda oscuridad, donde nadie más que él podría verla, tocarla y hacerla suya siempre que la insaciable sed del deseo se despertase.

John la tomó con fuerza llevando su cabeza contra su boca, olvidándose por completo de que a veces esa desmesurada energía la intimidaba. Pero Shally fue buena con él, ni tan siquiera se molestó en apartarle o pedirle que de distanciara de ella para dejarle respirar, y sus ojos quedaron fijos en él y los de John en ella. Todo su mundo se desvaneció, bajo sus pies no hubo nada, sólo ella le mantuvo cuerdo, atado a la vida por una delgada línea que les unió y les separó cuando el fino hilo de saliva los liberó del impetuoso beso que él le había ofertado.

  • Shally. - Pronunció su nombre aún creyendo estar viviendo un sueño.

Ella alzó su mano en el aire, pues hasta entonces sus brazos habían quedado pegados contra su cuerpo, inmóviles e inalterables por las acciones de su prometido. Sólo habían pasado unas horas desde la última vez que lo hicieron, pero la forma en la que le brillaban los ojos a John le hizo darse cuenta de que necesitaba saciarse de ella, alimentarse de su sexo para estar completo y aunque le resultaba a veces agotador seguir su ritmo, obedeció a su instinto y le dio lo que él quería, sin llegar a plantearse por qué lo hacía, o si realmente merecía la pena tomarse todas aquellas molestias por un breve instante de placer.



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sábado, 16 de agosto de 2014

El pasado de las Northom.

El bolígrafo se movió entre sus dedos girando en un único sentido con extrema rapidez. Su cerebro era un hervidero de ideas, pensamientos que iban y venían sin detenerse un solo instante, y por un momento pensó que el aliento se le iba a quedar entrecortado entre su garganta y su boca. La herramienta de escritura cesó de dar vueltas y la dejó sobre la mesa de manera apresurada, para llevarse las puntas de los dedos contra la cara y el el dorso contra su rostro. Expulsó el aire que aún contenían sus pulmones y meditó brevemente la siguiente frase del párrafo que, aún incompleta, esperaba ser garabateada al pie de la línea en blanco del folio.

Reclinó su espalda contra la firme silla sobre la que estaba sentado. Las palabras que deseaba plasmar en el papel no venían a su memoria así que, ansioso por hacerse con ellas lo antes posible, no levantó la vista de las anteriores líneas que ya habían sido escritas y revisadas cientos de veces mientras que con las yemas de sus dedos rebuscaba su paquete de cigarrillos negros. Sus párpados cayeron sobre sus ojos como telones y sintió el cansancio y la fatiga en cada una de sus extremidades. No necesitó mirar su reloj de muñeca para descubrir lo tarde que era, pues él ya lo sabía; se sintió algo mareado al instante, así que decidió dejar a un lado aquel pensamiento funesto y se levantó de la silla para tomar algo de aire fresco.

Al abrir la puerta del motel donde se alojaba descubrió que la oscuridad ya engullía más de la mitad del aparcamiento donde su vehículo llevaba estacionado varios días, y no esperaba moverlo del lugar al menos durante unos cuantos días más. Encendió su cigarrillo y se lo fumó escuchando el canto de los grillos, y a la cabeza le volvió el apellido Northom, como si no pudiese deshacerse de él ni un sólo instante. La vida y las hazañas de aquellas mujeres le eran tan irresistiblemente atractivas como dos imanes opuestos que no pueden evitar atraerse. La primera vez que había oído hablar del apellido Northom fue a través de su bisabuela Mariam, quien decía de ellas que no eran de fiar, demasiado liberales para su época, brujas que hechizaban a hombres casados y los apartaban de sus castas vidas y del buen camino del señor, pero sobre todo solía repetir sin cesar: son viles y letales asesinas cuando alguien intenta interponerse entre ellas y sus sueños y proyectos. No lo olvides nunca.

Su abuela seguía con la misma retahíla que su bisabuela, cuando ésta acababa de hablar.

  • Recuerdalo siempre, pequeño Jonatham Junior. La primera Northom fue una asesina. Y al instante escupía en el suelo como si con aquel gesto pudiera ahuyentar los malos augurios. - Y una mujer como ella debería haber sido ahorcada y sepultada en suelo no consagrado, con la cabeza cortada y metida entre sus piernas para que su espíritu nos dejase tranquilos. Si se hubiese hecho justicia, las Northom no seguirían estando vivas, y su nombre no sería un lastre en las vidas de quienes las conocimos. - Y siempre acababa gritando: - ¡Muerte a las Northom, muerte a las brujas, que las ahorquen a todas y que el diablo se las lleve al infierno para quemarlas en la eterna hoguera!


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martes, 29 de julio de 2014

Cásate conmigo Shally Northom.

  • Cásate conmigo Shally Northom.

Fueron sus palabras un susurro que mecido por el viento topó con el lóbulo de su oreja izquierda, y allí donde su rosada piel formaba el meato auditivo las vocales se hicieron con el control de sus sentidos, y el cuerpo de Shally se tambaleó ligeramente hacia un lado y después en sentido contrario. Su confusa mirada avivó en John la llama de la pasión, y donde los besos se habían quedado apartados retomó el camino de vuelta para recuperarlos.

  • Cásate conmigo. - Y tras deslizar la punta de su nariz por la sonrojada mejilla de Shally, John añadió. - Porque eres la primera mujer en mi vida que hace que ésta tenga sentido. - Y sus labios se quedaron pegados en su boca entreabierta. - Porque cuando estoy a tu lado no tengo necesidad de explicar cómo me siento porque tú ya lo sabes. - Hundió su boca e inclinó sus cuerpos para profundizar en su beso y hacerlo más suyo y personal. - Shally Northom, quiero casarme contigo, ahora mismo, en este preciso momento, en este lugar, en este mismo instante donde nada podría fallar.

Shally pasó las yemas de sus dedos por el rostro de John, allí donde el vello no cubría sus facciones, donde el paso del tiempo había dejado sus huellas en forma de arrugas. Hubiera sido fácil asentir con la cabeza y dejar escapar una o dos lágrimas o quizás alguna más motivadas por la emoción que siente cualquier mujer a la que aman de verdad. Pero ella temía más a las dudas que a los hechos; John era muy bueno, quizás demasiado, y aunque le hubiese gustado decir el “sí quiero” sin dudarlo, guardó silencio y siguió mirándole sin decirle nada.

  • Dudas, amor. - Y su rostro quedó hundido en su cuello, donde la punta de su nariz se perdió en el aroma de su fragancia y la inexpresiva mirada de Shally apuntó hacia el cielo queriendo saber por qué no podía darle una respuesta inmediata. - Quizás. - Susurró brevemente. - Eso suena a algo bueno para mí, ¿no crees?

Estuvieron sin mirarse a la cara durante varios minutos después de aquellas palabras, pero sus cuerpos seguían tocándose a pesar de que sus emociones hablaban por ellos. Los brazos de John comenzaron a ser molestos, la tirantez de que ejercían en sus caderas la imposibilitaban para cambiar de postura y aunque quiso pedirle que relajase su abrazo Shally no se atrevió a emitir palabra alguna.

Y bajo un cielo estrellado, donde nadie podía verles, se sintieron observados por todo el universo con sus pequeños ojos: brillantes, blanquecinos y parpadeantes, pensando en su futuro aún sin escribir, y John supo que la estaba perdiendo, pero la necesitaba en su vida de una manera que para ambos resultaba asfixiante.
  • Sí. Yo... - La voz de Shally parecía inquieta, pero finalmente pudo terminar aquella molesta frase a la que tanto le costaba dar forma. - Me casaré contigo.


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sábado, 26 de julio de 2014

Cowboy y el teatro de sombras chinescas.

Ya me había acostumbrado a su silente presencia, y me reconfortaba su pacífica manera de entrar a hurtadillas en mi habitación, mientras que con sus pisadas intentaba atraer el sigilo y con ello la paz de los campos cubiertos de flores que plantaba en macetas pintadas a mano con sus propios dedos, donde me representaba montado a caballo o arando la tierra; y entre todas ellas, mi favorita era la que yo permanecía sentado delante del fuego contemplando el cielo nocturno cogiendo su mano.

Los primeros días en los que no podía ni levantarme de la cama debido al dolor de las heridas y los huesos rotos solía verla a través del cristal de la ventana abierta jugando siempre sola, alzando los dedos como si intentase tocar el cielo con sus diminutas puntas. A veces se quedaba muy quieta y callada, sentada en un improvisado columpio fabricado a partir de dos viejos tablones de madera y cuerdas anudadas a las ramas del árbol, alisando su vestido de espigas blanco sin llegar a moverse de su sitio hasta que su madre la llamaba para comer.

Una mañana de mucho calor de un día que no recuerdo Shally irrumpió en mi habitación mientras su madre cambiaba las sábanas de la cama, entró velozmente, sin tiempo para prepararnos para su llegada, y con los cabellos despeinados y la ropa sucia, tenía en su rostro dibujada una expresión que iba de la euforia pasando al entusiasmo, obligando a sus labios a sonreírme sin medida. Con las palmas pegadas al pecho no pudo contenerse por más tiempo y extendió para mí sus brazos y entre sus palmas me mostró una diminuta rana del desierto que se escapó de un solo salto por la ventana, sin que hubiera podido tener demasiado tiempo para verla. De inmediato Shally se quedó sin habla, pues le hubiese gustado tenerla como mascota, pero su madre cerró la ventana de manera apresurada y le pidió que se fuera a su habitación. Aquella fue la primera vez que pude ver la desilusión y el asombro en sus ojos, una imagen que me cautivó y a la vez me dolió en lo más profundo de mi ser, porque aquella niña de ojos grandes y brillantes sólo se tenía a sí misma como compañera de juegos en un mundo donde los adultos no tenían tiempo para seguir emocionándose con insignificantes y diminutos asuntos que sólo los más pequeños pueden entender como grandes hazañas en sus vidas.

Aquella tarde me di cuenta de que debía hacer algo por Shally, así que hablé con su madre y le pedí que me ayudara a crear un teatro de sombras sólo para ella. Al principio la idea no pareció convencerla, pues según me explicó tenía que atender al ganado y más tarde preparar la cena para todos, pero nuevamente le reiteré la importancia de devolverle a su hija la mágica sensación que produce el descubrimiento de cosas nuevas, así que la dejé convencida de que debía ayudarme y finalmente cedió a mi petición y me ayudó a preparar el escenario correcto para aquella noche.

A las nueve y media en punto la pequeña mano de Shally golpeó la puerta de mi habitación, y al entrar en ella un gran sombrero mágico le dio la bienvenida. El sombrero, por supuesto tenía el don de la elocuencia, y era muy pero que muy parlachín, tanto es así que debíamos mandarlo callar de vez en cuando.

En aquella habitación di vida a la imaginación, e hice que volviera su sonrisa y su entusiasmo. Llenó de risas nuestros corazones, y con júbilo gritaba y aplaudía; animaba al caballero del velocípedo a dar vueltas sin cesar e incluso hicimos nuestro primer vuelo en la máquina voladora “Wright Flyer” construida por los hermanos Wright.

Fuimos caminando en todas las direcciones y a su vez volvimos al mismo punto de partida, y antes de dar por finalizada nuestra pequeña actuación tomamos un globo aerostático que había sido sustraído por unos malhechores para cometer sus robos y nos fuimos volando por todo el mundo sin descanso alguno para llegar a tiempo para tomar un té con la reina de Inglaterra.

A nuestra vuelta nos topamos con grandes elefantes blancos que nos trajeron de vuelta a casa, donde Shally se quedó dormida en los brazos de su tío.


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martes, 22 de julio de 2014

Shally sueña.

  • ¿Cuál es tu sueño, John?

Todavía sin haberse aferrado a su mano, sintió que debía de cogérsela a Shally para apretar sin ejercer demasiada fuerza sus dedos contra el dorso de su mano. Así que ante la expectativa de ser consciente que ambos pasarían mucho tiempo sentados en el porche de la casa se tomó la libertad de guiarla y así tocarla como deseaba hacerlo, sin omitir ni descuidar la frase que ella le había hecho.

  • Estar contigo para siempre. - No hubo vacilación alguna en sus palabras.

Shally sonrió. Y John contempló la expresión de sus labios y le devolvió el gesto con suavidad imitando también esa misma mueca.

  • Hablo de algo único y personal, John. De esa fantasía que nadie más que tú desea conocer. Te estoy hablando de ese sueño que no te atreves a decir a nadie por miedo a que su falta de motivaciones y de compromiso te lo desmorone como si un castillo de arena mecido por las aguas del mar. Dime entonces, ¿cuál es tu sueño?

Se tomó algo de tiempo para pensar. Miró el cielo y finalmente respondió.

  • Siempre quise ser un Sheriff, así que supongo que ese era mi sueño especial.

Shally se levantó tan rápidamente del escalón de madera que a John le dio la sensación de que el suelo sobre el que ambos habían permanecido sentados quemaba como el fuego.

La joven y hermosa mujer soltó su mano, bajó el último escalón y extendió sus brazos en el aire, y el gélido viento de la noche levantó el vuelo de su camisón y sus botas de vaquera se llenaron del polvo del camino.

  • Eso no es un sueño especial. - Le increpó sin demasiada dureza en sus palabras. - Cuando era aún muy pequeña mi tío Larson encontró a un hombre al que le habían dado una brutal paliza y le habían abandonado a su suerte en la árida tierra del desierto. Sin agua ni alimentos, no habría sobrevivido en aquel inhóspito paraje un día más, pero debía de ser un hombre extraordinariamente especial, me explicó, porque él era el único que se desvía con habitual frecuencia por ese camino para pensar cuando las ideas le ahogan el cerebro. Yo le cogí mucho cariño, y vivió con nosotros durante algún tiempo hasta que mi tío me contó que su errante vida no le permitiría quedarse ligado a la tierra en la que ahora vivo, así que por eso debía irse, y por eso nos abandonó, sin decirme adiós.

Su espalda, el vuelo de su camisón, sus cabellos mecidos por el viento. A John le dio la impresión de que hasta la misma naturaleza era su enemiga, porque todo cuanto rodeaba a la preciosa Shally parecía querer llevársela a un lugar donde él nunca más la vería.

  • ¿Querías irte con él? - La voz de John se fue apagando con lentitud, como si de un candil al que se le acaba la reserva de aceite se tratase.

Shally se dio la vuelta y comenzó a dar vueltas sobre sí misma bajo el brillante cielo estrellado.

  • No lo entiendes, John, aún sigo ligada a él: bajo el mismo cielo, al amparo de las mismas estrellas, respirando el mismo aire, caminando las mismas huellas que él dejó atrás, nunca se fue de mi vida y yo tampoco lo haré de la suya mientras ambos sigamos con vida. Donde quiera que esté sé que seguirá pensando en mí como yo lo hago con él. Y cuando muramos compartiremos la misma tierra. Estamos ligados, aunque no tengamos los mismos lazos de sangre. Igual que lo estoy a ti.

Y sus cautivadores ojos se quedaron clavados en el anonadado rostro de John.


  • Te diré que mi sueño especial era ser domadora profesional de leones de peluche. Y lo conseguí. Un día te hablaré de esa historia, pero ahora...

La boca de John tapó sus palabras, dejando que estás siguieran gestándose en el interior de su garganta. La lengua de Shally se unió al incesante baile que la boca de su amante le había propuesto y siguieron besándose unidos por unos sentimientos que nadie mejor que ellos podía comprender, bajo ese firmamento que a todos une por igual y que vive absorto en su mundo, que vive viendo las vidas humanas florecer y marchitarse en cuestión de segundos.


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viernes, 18 de julio de 2014

Cowboys, Calamity Jane y la pequeña Shally Northom.

La imagen que dábamos no podía ser más bochornosa: mis vaqueros estaban tirados en algún rincón de la habitación junto con el resto de mi ropa, y sin embargo con lo único que pude taparme en aquellos momentos fue con una escueta almohada de motel que apenas cubría una parte de mi anatomía. Dejé como acto de cortesía y caballerosidad las sábanas y mantas para la joven señorita quien, abochornada por semejante intrusión, se tapó la cara para ocultar así el color de sus ruborizadas mejillas. Me hubiera gustado que aquellos hombres nos hubieran devuelto la privacidad que tanto nos merecíamos, pero en lugar de eso lo único que logramos fue ser sacados a rastras de aquella habitación, ella siendo zarandeada de un lado para otro sin ton ni son y yo a golpe de puñetazos y patadas mientras mordía literalmente el polvo completamente desnudo. Sus golpes se repitieron y sus patadas no cesaron, y en su burlesco comportamiento saboreé mi propia sangre mientras me quedaba inconsciente debido a la brutal paliza que aquellos matones del pueblo me propinaron.

Cuando volví a recobrar la consciencia estaba atado de pies y manos y tumbado con el pecho descubierto sobre una afilada roca que se me clavaba como una aguja en las costillas mientras los buitres sobrevolaban mi cuerpo aún vivo esperando que en cualquier momento mi carne se convirtiera en su alimento. Entre el calor y los golpes recibidos no me costó demasiado tiempo volver a perder la consciencia, así que los párpados de mis ojos volvieron a caer como telones tras el final de un acto y me quedé allí tumbado esperando a que mi fortuna tuviera un nuevo golpe de suerte.

Cuando volví a recuperar la consciencia estaba en una cálida habitación pintada de color crema con grandes ventanas y cortinas de un color cremoso lechoso, a través de las cuales podía ver la colada de sus propietarios siendo tendida sobre las cuerdas de metal al aire mecidas por el viento y acompañadas por el movimiento de la verde hierba. Cerré de nuevo los ojos, pero esta vez no me quedé dormido ni perdí la consciencia, simplemente lo hice para deleitarme con el tranquilizante olor de la lavanda a los pies de mi cama. Volví en mi al sentir la presencia de alguien más en el dormitorio, y efectivamente mis ojos no me engañaron, pues al otro lado de la habitación unas diminutas manos jugaban con mi sombrero vaquero poniéndoselo y quitándoselo de la cabeza cuando caía sobre su frente y le cubría parcial o totalmente la visión.

Al principio no sabía si lo que tenía delante de mis ojos era un niño o una niña, pero cuando se quitó el sombrero y me miró directamente a los ojos quedé prendado de su nostálgica mirada, del color de sus iris, de la sonrisa de sus labios, y el corazón me dio un vuelco, pues juro por dios que nunca en mi vida había visto una niña más bonita que aquella muchacha que a los pies de mi cama sostenía un ramo de flores de lavanda que posteriormente me ofreció con sus mejores deseos.

  • Señor. - Habló con lentitud, como si el tiempo y la medición de éste fueran de poca importancia en su boca y su vida. - ¿Es usted un cowboy de verdad?
Su madre entró presta y veloz en la habitación y la regañó de inmediato por coger mis pertenencias sin que le hubiese dado permiso para hacerlo. Pero la pequeña niña hizo caso omiso de su enfado y saltando de la silla como si fuera una pequeña rana fuera de su charca corrió hasta mi cama y se colocó a mi lado para devolverme el sombrero.

  • Señor, ¿es usted uno de esos cowboys del viejo Oeste?

Confuso miré a su madre.

  • Perdónela. - Su madre volvió para colocarse a su lado, apoyar sus dedos sobre sus hombros y pedirle que se hiciera un lado para que dejara de molestarme. - Mi padre solía contarle antes de irse a dormir historias del viejo Oeste, de la tierra en donde nació, así que ella vive ensimismada en ese mundo creyendo que todo los hombres que llevan sombreros como el suyo son cowboys, buscadores de oro, cheyennes, malechores... Ya sabe, son cosas de niños.

No pude evitar sonreír. Aunque fue un gesto que me hizo doler hasta el último de mis músculos y huesos.

  • Cuando sea mayor seré como Calamity Jane.

Y me lo dijo con tanta seriedad que aunque hubiese querido dudar de su palabra no habría podido hacerlo, así que le frote los cabellos y me enamoré aún más de su inocente forma de ver el mundo.

  • ¿Cómo te llamas? - Le pregunté casi de inmediato, como si el tiempo me apremiase y las palabras me quemasen la boca.
  • Shally, señor. - Se distrajo un momento con la sombra de un ave sobrevolando por encima de la ventana. - Shally Northom.


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lunes, 14 de julio de 2014

La estrella de mi cielo.

John pensó que habría estado bien fingir y hacerle creer que a su lado nunca tendría la necesidad de anhelar una vida mejor o extender sus alas para ver con sus propios ojos nuevos horizontes aún sin descubrir, pero el don de Shally era la capacidad de ver la mentira en la boca de quien la evoca.

Ella se levantó de la cama horas antes de que el sol asomara por el horizonte y olvidó por completo que tenía que calzarse y cubrirse los hombros con una gruesa chaqueta de lana para no tener frío. Caminó descalza y obligó a sus ojos a acostumbrarse a la oscuridad de la noche, sin encender un candil para alumbrar el camino que llevaba desde la estancia hasta el pasillo. Omitió deslizar las yemas de sus dedos sobre la mesilla de noche y así iluminar aquella estancia que nunca reclamó como suya pero que a John le encantaba decir que era de ambos pues así él lo había deseado. Un hombre de su talante, con la experiencia de la vida marcada en sus arrugas y en sus fatigados ojos no podía entender como se sentía Shally, porque siempre la tenía presente como una dulce muñeca de trapo a la que hay que cuidar y reparar cuando se rompe. Pero para ella la vida aún no había comenzado, y mucho menos en aquel pequeño pueblo llamado Buford, donde la asfixiante mentalidad de los nativos no le permitía en ningún momento actuar de la manera que siempre deseaba sin ser juzgada, golpeada por los más pequeños con sus afiladas piedras o vapuleada por las bocas de los hombres y los brazos y manos de los más jóvenes. Siendo siempre objeto de burla en la boca de mujeres más jóvenes y fustigada con palabras mal sonantes oídas en los labios de sus mayores las niñas hacían a su lado un corro y cantaban canciones que la menospreciaban, pues nadie la entendía y aquellos que intentaban conocerla a fondo sólo se limitaban a mirar para un lado cuando algún gesto fuera de lo común les sorprendía o les ruborizaba. John no era muy distinto a los demás, aunque se esforzarse por intentar entenderla; ella admiraba su esfuerzo y entrega, pero John seguía siendo esa clase de persona que vivía acorde a su tiempo, atrapado en unas normas e ideales que no le dejaban respirar el mismo aire que ella. Cuando los pies de Shally comenzaron a bajar los escalones se dio la vuelta, pues creyó oír las pisadas de su amante a sus espaldas, pero se equivocaba, así que volvió la mirada hacia el frente y bajó uno a uno los escalones de la casa. Corrió el pestillo de la puerta principal y extrajo la llave de la cerradura. Tras asegurarse de que John seguía dormido salió a la calle y se sentó en el primer escalón del pórtico, donde se paró a mirar las estrellas que hacía mucho tiempo que no veía. Le habló a la Luna, pues era su única amiga y confidente, y la palma de la mano pintada pegó su dorso al cielo para que las estrellas le concedieran su más anhelado deseo. Pero el sonido de la puerta a sus espaldas la asustó, y pegó un pequeño brinco de que un grito acompañó: no esperaba que John se hubiese despertado, pero ahí estaba delante de ella. 


La mitad del cuerpo desnudo al descubierto, los ojos consumidos por la fatiga y el cansancio, y la barba de varios días sin afeitar le daban un aspecto aún más envejecido, pero es que la diferencia de edad era un hecho a tener en cuenta. Shally sólo tenía veinte años, mientras que John estaba a punto de alcanzar los cuarenta y dos. No quiso saber qué hacía, ni tan siquiera se esforzó en preguntarle por qué se había levantando de la cama; se sentó a su lado y se quedó con ella contemplando el cielo nocturno, consciente de que algún día ella se iría de su lado para siempre.


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

viernes, 4 de julio de 2014

Morir en tu interior.

Al raspar con las yemas de mis dedos sus muslos se contrajeron entre mis dedos, su sexo se excitó y su fragancia interna se intensificó abriéndome el apetito y provocando en mí una reacción animal que empino el arco de mi falo y con gozoso gusto la hubiese penetrado de manera irracional hasta quedar satisfecho al eyacular en su interior. Pero de nada me hubiese servido actuar de esta manera así que, a pesar de esa insaciable avidez que sufría, tomé la precaución de ir despacio, de gozar con ella al mismo tiempo del sexo, un gesto que a ella no pareció importunarle ni lo más mínimo. Levanté con mis manos sus nalgas del colchón, y al tenerla a la altura de la boca percibí con más detalle su deliciosa fragancia, un olor que me cautivo, pues era afrutado, como el perfume de propia piel, sólo que más intenso. Delante de mis ojos los pliegues de su pubis del color de la miel habían sido cortados, no rasurados, pero no me detuve por más tiempo en contemplar esa parte de su anatomía, yo deseaba llegar más lejos, así que liberé una de mis manos y replegué con suavidad el capuchón de su clítoris y al oírla gemir por las atenciones de las yemas de dedos supe que había llegado el momento de posar la punta de mi lengua y lamer con suavidad esa carnosa parte de su anatomía. Su aroma se volvió a intensificar, sus muslos se contrajeron en torno a mis hombros y sus manos dejaron de estar aferradas a las sábanas y se hundieron en el interior de mis cabellos. Sus gemidos aumentaron, y la fuerza de sus piernas presionó mi cabeza, pero yo la sostuve para evitar que se escapara de mis atenciones. Ella quería más, gritó “vaquero, vaquero” en reiteradas ocasiones, y aparté mi lengua e hice presión con mis dedos, y al oírla gritar de nuevo sentí su humedad deslizarse por sus muslos, y metí mis dedos donde momentos antes deseé hacerlo con mi pene. Y subí y baje, y palpé su interior, y sus piernas temblaron y sus jadeos atrajeron la atención de los inquilinos de la habitación de al lado, quienes no cesaron de aporrear la pared para que disminuyéramos el volumen de nuestra aventura. Pero el límite parecía habernos abandonado, y ahora no podíamos ponerle freno a nuestras pasiones y deseos.

  • Voy a meterla.

No fue una sugerencia. Iba a entrar en ella, porque sabía que era lo que quería. Y me quedé perplejo al descubrir cómo se abría de piernas sólo para mí, para recibir mi masculinidad, y levanté sus piernas y las coloqué por encima de mis hombros para penetrarla con suavidad, pero su voraz apetito me invitó a impulsar mis caderas con más fuerza en su interior, y al rítmico movimiento de nuestros cuerpos prácticamente desnudos se unió el sonido de los viejos muelles, y el estridente sonido fue una molestia para nuestros oídos, pero era lo mejor que podíamos permitirnos en aquellos momentos, dado que los hombres como yo no viven en casas lujosas y ella no podía permitirse llevarme a la suya.

Estaba a punto de correrme en su interior cuando la puerta de nuestra habitación fue golpeada con violencia reiteradas veces, y al oírla gritar a ella los hombres que estaban posicionados en la calle no dudaron en tirarla abajo, y así fue como en el momento más critico e íntimo fuimos descubiertos en plena copulación.

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jueves, 3 de julio de 2014

Remembranza.

  • ¿Remembranza?

Shally asintió con la cabeza, mientras hundía su cara en el agua y sacaba los pies a flote al otro lado de la bañera. Aquel día, después de hacerle el amor reiteradas veces ella le confesó que esa era su palabra preferida. John nunca había oído nada semejante en boca de nadie, pero a él le pareció curioso e inusual que ella escogiera un término para definirse a sí misma.

  • Toma la cámara. - Recordó al instante el tono de su voz en su memoria. - Haz de este momento mi remembranza.

Y gustosamente volvió a la habitación sobre sus propios pasos y tomó entre sus dedos la vieja cámara que aún guardada en el armario esperaba a ser rescatada de las garras del olvido, donde hacía años que la había arrojado olvidándose por completo de su máquina y su función.

John volvió al cuarto de baño, ansioso por retratar el cuerpo de la mujer que amaba completamente desnuda, y le resultó sorprendente comprobar lo bella que estaba detrás del objetivo. El halo de timidez que siempre la envolvía parecía haber caído a sus pies. Pasó sus manos entre sus cabellos y su cabeza cayó sobre la bañera, y con la mirada fija clavó sus ojos en él, quien a su vez le miraba con una expresión perpleja en el rostro sin saber qué hacer.


  • Vamos John...- Le animó con sus palabras .- Hoy seré tu musa.

Resultaba increíble oír hablar de aquella manera a una mujer que apenas cruzaba dos palabras con él al día; se había desinhibido completamente delante de la cámara, como si aquel objeto tuviera el mágico poder de transformarla con sólo estar cerca de ella. Pensó en lo estúpido que había sido durante todos aquellos años en los que se había mantenido alejado de ella, tal vez si se hubiera percatado antes de aquel detalle ahora su relación sería más profunda y ardiente.

El cuerpo completamente desnudo de Shally fue fotografiado. Cada centímetro de su piel quedó aquel día impreso en el negativo: sus pequeños pero gruesos dedos jugando, su tatuada piel, su boca, sus labios... Todas aquellas imágenes quedaron grabadas en aquel carrete que con el tiempo acabó extraviándose sin llegar a ser nunca encontrado, al igual que los pasos de ella.



Shally tenía razón, la palabra que mejor la definía como mujer era remembranza, y para que no se olvidara lo anotó en aquella composición de fotografías que John le había regalado días después de tomárselas. Lamentablemente de aquellos retratos del pasado no quedaron recuerdos, pues el fuego es un cruel enemigo que devora todo a su paso, aunque en aquellas imágenes estuvieran los diez minutos más felices de la vida de Shally.



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lunes, 30 de junio de 2014

El placer de tu sexo.

Mis ojos cayeron sobre su cuerpo y pude ver como su boca se entreabría de inmediato para recibir a mi sexo. Fue una rápida actuación por su parte, la de abrirse paso a través de mis vaqueros y calzoncillos y sacar de esa cárcel de tela a mi hinchada verga que solicitaba sin palabra alguna las atenciones de la dama. Con sumo cuidado alcé su rostro y en sus ojos vi la determinación, así que si ella no tenía duda alguna de lo que estaba dispuesta a hacerme yo tampoco buscaría el valor necesario para impedirle seguir adelante.

El calor de la punta de su lengua fue como un torbellino de sensaciones, su saliva actuaba como un lubricante y cuanto más la lamía, más control sobre mí mismo tenía que ejercer para no perder los papeles y dejarme llevar por la fuerza del instinto primario que no atiende a razones y que se olvida de que a veces debemos disfrutar del momento para sentir el gozo con mayor deleite. Ni tan siquiera sabía su nombre, y aunque se lo hubiese querido preguntar no me hubiese podido responder debido a que su boca estaba demasiado ocupada con otra parte de mi anatomía en ese preciso instante. Creo que fue un gesto cruel por mi parte no saber cómo entonar debidamente cada vocal y consonante de su apelativo en mis labios, así que en mi mente la llamé por distintos nombres, todos ellos ajustados a su perfecta imagen.

Apoyé la cabeza contra la pared, cerré los ojos, ¿pues qué otra cosa podía hacer? Con sólo unos pequeños movimientos al cielo me hacía llegar, y por un instante creí que podía ser mía, sólo para mí, una mujer capaz de atarme a un lugar como aquel donde podría vivir sin añorar la esencia de los paisajes, el aire de las montañas en mis pulmones, el amargo sabor que deja la tierra cuando te caes de bruces contra el suelo en un rodeo. Oímos una voz quejándose en la habitación de al lado porque la radio no funcionaba como era debido, y el hechizo se hizo pedazos. Volver a la realidad fue como darse un baño de agua fría a diez grados bajo cero, pero no nos quedaba más remedio que aceptar que el lugar al que la había llevado no era el más apropiado para un encuentro como el nuestro.

Hablé, pero me dijo que nada le importaba ya, sólo quería que la hiciese mía, nada más. Y yo me lo tomé cómo una petición que no podía eludir así que, sin haberme quedado del todo satisfecho, levanté a la señorita del suelo y con cuidado la dejé sobre el catre mientras me quitaba la molesta ropa que entorpecía mis movimientos y no me dejaba ir más allá del cumplimiento moral que entre ambos se había gestado.

Me coloqué a su lado y la besé. Fue un largo beso, profundo y rudo, tal y como ella esperaba que lo hiciera; le di pequeños mordiscos con los dientes tirando de sus carnosos labios, teniendo el suficiente cuidado de no herirla ni hacerle daño. Pero cuando más pronunciaba, más vacías me parecían esas sensaciones que sobre el corazón quedan y de recuerdos llenan nuestra mente.

Es fácil perderse en los brazos de mujeres que como ella sólo buscan vivir una aventura pasajera. Esas damas a las que sólo rememoro de vez en cuando y que elijo aleatoriamente en mis recuerdos se vuelven más temprano que tarde confusas y borrosas y sólo dejan tras de sí una amarga ilusión que siempre prometo no repetir, pero sin darme cuenta vuelvo a caer cuando en la añoranza acabo siguiendo las huellas del pasado y torpemente me topo con ellas otras vez, con distintos nombres, caras, vidas, pero en definitiva todas iguales.



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lunes, 23 de junio de 2014

Desnuda ante mí.

  • Shally. - Su voz azarosa y sus dubitativas palabras nacieron en su garganta, sí, pero al inicio de su boca se detuvieron fingiendo ser impronunciables por sus labios.

Las yemas de los dedos de ella le tocaron con suavidad ascendiendo por su cara hasta que su rostro quedó pegado contra su frente y John pudo al fin paladear el dulce sabor que produce el descanso de la tranquilidad.

  • John.

Al oír su nombre en su boca no pudo evitar besarla con un fervor desmedido, valorando a los segundos como si fuesen años en el calendario, consciente de que siempre necesitaba más de ella, y todo cuanto le ofrecía le parecía siempre escaso. Amarla así resultaba enfermizo, y su sumisión doblegaba hasta sus huesos, a los que habría renunciado gustosamente por una sola caricia de ella. Y es que Shally tenía ese efecto en su vida.

Las piernas de ella tomaron el control, impulsando su cadera contra su cuerpo, atrayendo más a su erguido sexo contra sus húmedos labios.

El corazón de John latía eufórico, pero luchaba en silencio con ese pesar que no se le quitaba de la cabeza desde el primer día en que conoció a Shally. ¿Sería siempre suya? ¿Le amaría por siempre? ¿Cuando le diría ella es suficiente? Vivía la vida bebiendo a grandes sorbos del amor, pero sin llegar nunca hasta saborear el fondo de la copa, y es que sabía que si jugaba mal sus cartas ella acabaría saliendo dañada, y no podía permitirse semejante jugada.

La empujó contra la cama, donde su cuerpo rebotó contra el colchón, pero sin salir herida, y con sus cabellos despeinados sobre su rostro hundió sus dedos, pero John los tomó como suyos propios y se los llevó contra su boca para saborearlos, y sin darse cuenta su sexo creció de forma desmesurada, y gozando así de su confianza tomó las piernas de Shally y las abrió para deleitarse con su sexo, al que llenó de besos y lametazos al compás de los gemidos de su amada. Y al darse cuenta de que no podría aguantar por más tiempo la tomó para sí mismo como si con este astuto movimiento sus malos presentimientos pudieran desaparecer como una nube de polvo en el aire para siempre.



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martes, 17 de junio de 2014

Quise descubrir.

Por qué será que los sueños y vidas de otros nos parecen más brillantes que los que uno porta durante toda su vida y los hace como propios con el paso de los días. Mirándola a ella, con la espalda al descubierto y la cremallera de su vestido bajada a la altura de su cintura, caí de bruces en aquella conclusión, un golpe de efecto que atolondró a mis sentidos y me sacudió hasta el último centímetro de mi piel. Mi dubitativa mano trazó la línea que separaba su ropa de la piel, y en un abrir y cerrar de ojos con mi palma ya rodeando su cintura y su senos apoyados contra mi torso, nos dimos cuenta de que nuestras bocas casi se estaban tocando y comenzamos a exhalar pequeños suspiros que nos ayudaron a acortar la distancia que existía entre el aire y nuestros labios. Su embriagador aroma me cautivó, danzando en la punta de mi nariz sólo para mí, ayudándome a entrar en un trance del cual no deseaba salir. Sus largos cabellos rasparon el mentón de mi cara como si lo hubiese hecho con las yemas de sus dedos, y al instante dejé caer mis párpados como telones al final de una obra para saborear el mágico momento en el que ella se apegó con más fuerza contra mi cuerpo.

Mi ruda mano levantó el mentón de su pálida piel y su ligero y pequeño rostro, tan bonito y pulido como el de una muñeca de porcelana recién fabricada, me observó con el semblante asombrado en la confusión que marcaban los iris de sus ojos, y mucho antes de que pudiera articular palabra alguna mi lengua ya se había abierto paso a través de su boca y sin descanso se movía en su interior saboreando su paladar, obligándome a llevármela con más fuerza contra mi cuerpo, pegándola contra mí mismo evitando de esta manera que pudiera emprender el vuelo de aquella tosca y e inmunda habitación donde nuestros sueños aún sin gestar estaban naciendo al pie de un colchón humedecido por el agua y desinfectante que una limpiadora común había empleado en su limpieza horas antes.

No quería, ni mucho menos me satisfizo, la idea de venderle a aquella preciosa mujer un sueño de una noche de verano al pie de una colina con falsas promesas que nunca cumpliría, por eso cuando ella se apartó de mí para tomar aire y enredar sus dedos sobre los pliegues de su vestido le hablé de la realidad, con serias palabras, pero al fin y al cabo le dije la verdad.

Se rio de mí casi de inmediato. Vaquero, me llamó de nuevo por mi acento tejano. Me explicó de inmediato que ella no buscaba una relación a largo plazo, ya que la tenía en su casa, con un hombre tosco y rudo, de pocos modales y mucho menos devoto y fiel al matrimonio. Lo único que quería era sentirse deseada entre las caderas de un hombre que no supiera su nombre y mucho menos le importase su vida unas horas después de que la hubiera deshojado a voluntad.

Siendo así su idea del amor pasajero acepté su petición de ser ese hombre al que las mujeres sólo quieren por una cosa, y mi mano se aferró a uno de sus senos, sus piernas a mi cadera y mi boca tomó de ella todos los besos que le hubiera regalado a cualquiera que se le hubiese ofrecido. Dejé puesto en ella sus zapatos y ropa interior, aún me estaba deleitando con sus besos y ya habría tiempo de deshacerme de aquello que me estorbase cuando llegase el momento. Por ahora estaba bien con lo que tenía entre manos. Su propia humedad bañó sus bragas y sus pezones erizados salpicaron los encajes de su ropa interior. Mi verga estaba tan excitada que exclamé su nombre en pos de una liberación inmediata. Y así fue como aquella linda muñeca se hizo eco de mi súplica y resbaló sus dedos a través de la cremallera de mi pantalón y fue directa a por mi sexo erguido, quién a gritos pedía toda su atención.




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