sábado, 7 de junio de 2014

Ardientes besos.

Mis pupilas fijas quedaron en la parte en la que su piel estaba desnuda sólo para mis deleite, y la boca se me hizo agua, y mi necesidad más fuerte, y la imaginación se me disparó al creer que podía llegar más lejos si ella así me lo pedía, pero el chirriante sonido de unas ruedas frenando en seco a mis espaldas me trajo de vuelta a la realidad, y reanude mis pasos como si su presencia no causara ningún efecto en mí. La rodeé, evitando cualquier tipo de contacto físico o visual por mínimo que fuese, pero aquel gesto de desaprobación por mi parte sólo logró molestar a la dama, quien de manera tosca llamó mi atención por mi falta de tacto con respecto a su figura.

Me di la vuelta de inmediato y corregí mi grave error con un saludo de inclinación de cabeza y un ligero movimiento de mis dedos sobre mi sombrero, sobre el cual ejercí cierta presión en la parte delantera a modo de ademán, un gesto que a su corazón le pareció agradar de inmediato, pues enseguida volvió a contonear sus caderas al ritmo de sus pisadas, y yo pude volver a estar detrás de ella como un perro faldero que vive apegado a su dueño.

La seguí con prudencia, y allí donde su figura se detenía yo me quedaba quieto, esperando a que diera el siguiente paso para reanudar nuestra absurda caminata sin sentido.

  • Vaquero. Me dijo con un tono arrogante en su voz, y aún con el acento sin disciplinar a los dejes de la zona. - No es muy común ver a hombres como tú en esta región escarpada donde todo el mundo habla de los demás y conocen su vida al dedillo.

Yo, que por cortesía no hablaba de la vida ajena de quienes tiempo atrás conocí, ignoré su invitación a hablar de otros a quienes ella jamás conocería, así que volví a despedirme de su dulce aroma que tan cautivador me resultaba como una flor a una abeja, y me fui de su lado sin ni tan siquiera molestarme en ver su rostro descompuesto por la forma de vivir mi vida.


Aquella bonita mujer corrió detrás de mí, y aunque lo hizo de forma pausada debido a los tacones de sus zapatos, logró alcanzarme y golpear con fuerza el saco de la ropa sucia en el que portaba mis escasas pertenencias. Sus largas uñas no parecieron quedar afectadas por el golpe, ni su esmalte astillarse con el suave impacto, y al darme la vuelta para mirarla directamente a la cara solté sin pensármelo dos veces el ligero equipaje que contenía mi vida en aquella forma cilíndrica de tela, anudada por unos cordones ya deshechos por el uso y los viajes, y tomé con mis brazos su cintura como si ésta me perteneciese, y al ver en su mirada la expresión de la sorpresa su boca se abrió para exclamar algo, pero mi lengua impidió que emitiera palabra alguna, pues yo ya la estaba besando con furor y pasión, como nunca antes ningún hombre lo había hecho jamás. Y antes de que me diera cuenta mis brazos ya la habían levantando del suelo; y su diminuto cuerpo quedó pegado a mi amplio torso y sus dedos tiraron mi sombrero, y nuestras bocas, que en aquellos momentos ardían como la árida tierra del desierto de Arizona, hubieran sido capaces de derretir sin apenas esfuerzo la coraza de un alacrán de corteza. 


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

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