martes, 29 de julio de 2014

Cásate conmigo Shally Northom.

  • Cásate conmigo Shally Northom.

Fueron sus palabras un susurro que mecido por el viento topó con el lóbulo de su oreja izquierda, y allí donde su rosada piel formaba el meato auditivo las vocales se hicieron con el control de sus sentidos, y el cuerpo de Shally se tambaleó ligeramente hacia un lado y después en sentido contrario. Su confusa mirada avivó en John la llama de la pasión, y donde los besos se habían quedado apartados retomó el camino de vuelta para recuperarlos.

  • Cásate conmigo. - Y tras deslizar la punta de su nariz por la sonrojada mejilla de Shally, John añadió. - Porque eres la primera mujer en mi vida que hace que ésta tenga sentido. - Y sus labios se quedaron pegados en su boca entreabierta. - Porque cuando estoy a tu lado no tengo necesidad de explicar cómo me siento porque tú ya lo sabes. - Hundió su boca e inclinó sus cuerpos para profundizar en su beso y hacerlo más suyo y personal. - Shally Northom, quiero casarme contigo, ahora mismo, en este preciso momento, en este lugar, en este mismo instante donde nada podría fallar.

Shally pasó las yemas de sus dedos por el rostro de John, allí donde el vello no cubría sus facciones, donde el paso del tiempo había dejado sus huellas en forma de arrugas. Hubiera sido fácil asentir con la cabeza y dejar escapar una o dos lágrimas o quizás alguna más motivadas por la emoción que siente cualquier mujer a la que aman de verdad. Pero ella temía más a las dudas que a los hechos; John era muy bueno, quizás demasiado, y aunque le hubiese gustado decir el “sí quiero” sin dudarlo, guardó silencio y siguió mirándole sin decirle nada.

  • Dudas, amor. - Y su rostro quedó hundido en su cuello, donde la punta de su nariz se perdió en el aroma de su fragancia y la inexpresiva mirada de Shally apuntó hacia el cielo queriendo saber por qué no podía darle una respuesta inmediata. - Quizás. - Susurró brevemente. - Eso suena a algo bueno para mí, ¿no crees?

Estuvieron sin mirarse a la cara durante varios minutos después de aquellas palabras, pero sus cuerpos seguían tocándose a pesar de que sus emociones hablaban por ellos. Los brazos de John comenzaron a ser molestos, la tirantez de que ejercían en sus caderas la imposibilitaban para cambiar de postura y aunque quiso pedirle que relajase su abrazo Shally no se atrevió a emitir palabra alguna.

Y bajo un cielo estrellado, donde nadie podía verles, se sintieron observados por todo el universo con sus pequeños ojos: brillantes, blanquecinos y parpadeantes, pensando en su futuro aún sin escribir, y John supo que la estaba perdiendo, pero la necesitaba en su vida de una manera que para ambos resultaba asfixiante.
  • Sí. Yo... - La voz de Shally parecía inquieta, pero finalmente pudo terminar aquella molesta frase a la que tanto le costaba dar forma. - Me casaré contigo.


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

sábado, 26 de julio de 2014

Cowboy y el teatro de sombras chinescas.

Ya me había acostumbrado a su silente presencia, y me reconfortaba su pacífica manera de entrar a hurtadillas en mi habitación, mientras que con sus pisadas intentaba atraer el sigilo y con ello la paz de los campos cubiertos de flores que plantaba en macetas pintadas a mano con sus propios dedos, donde me representaba montado a caballo o arando la tierra; y entre todas ellas, mi favorita era la que yo permanecía sentado delante del fuego contemplando el cielo nocturno cogiendo su mano.

Los primeros días en los que no podía ni levantarme de la cama debido al dolor de las heridas y los huesos rotos solía verla a través del cristal de la ventana abierta jugando siempre sola, alzando los dedos como si intentase tocar el cielo con sus diminutas puntas. A veces se quedaba muy quieta y callada, sentada en un improvisado columpio fabricado a partir de dos viejos tablones de madera y cuerdas anudadas a las ramas del árbol, alisando su vestido de espigas blanco sin llegar a moverse de su sitio hasta que su madre la llamaba para comer.

Una mañana de mucho calor de un día que no recuerdo Shally irrumpió en mi habitación mientras su madre cambiaba las sábanas de la cama, entró velozmente, sin tiempo para prepararnos para su llegada, y con los cabellos despeinados y la ropa sucia, tenía en su rostro dibujada una expresión que iba de la euforia pasando al entusiasmo, obligando a sus labios a sonreírme sin medida. Con las palmas pegadas al pecho no pudo contenerse por más tiempo y extendió para mí sus brazos y entre sus palmas me mostró una diminuta rana del desierto que se escapó de un solo salto por la ventana, sin que hubiera podido tener demasiado tiempo para verla. De inmediato Shally se quedó sin habla, pues le hubiese gustado tenerla como mascota, pero su madre cerró la ventana de manera apresurada y le pidió que se fuera a su habitación. Aquella fue la primera vez que pude ver la desilusión y el asombro en sus ojos, una imagen que me cautivó y a la vez me dolió en lo más profundo de mi ser, porque aquella niña de ojos grandes y brillantes sólo se tenía a sí misma como compañera de juegos en un mundo donde los adultos no tenían tiempo para seguir emocionándose con insignificantes y diminutos asuntos que sólo los más pequeños pueden entender como grandes hazañas en sus vidas.

Aquella tarde me di cuenta de que debía hacer algo por Shally, así que hablé con su madre y le pedí que me ayudara a crear un teatro de sombras sólo para ella. Al principio la idea no pareció convencerla, pues según me explicó tenía que atender al ganado y más tarde preparar la cena para todos, pero nuevamente le reiteré la importancia de devolverle a su hija la mágica sensación que produce el descubrimiento de cosas nuevas, así que la dejé convencida de que debía ayudarme y finalmente cedió a mi petición y me ayudó a preparar el escenario correcto para aquella noche.

A las nueve y media en punto la pequeña mano de Shally golpeó la puerta de mi habitación, y al entrar en ella un gran sombrero mágico le dio la bienvenida. El sombrero, por supuesto tenía el don de la elocuencia, y era muy pero que muy parlachín, tanto es así que debíamos mandarlo callar de vez en cuando.

En aquella habitación di vida a la imaginación, e hice que volviera su sonrisa y su entusiasmo. Llenó de risas nuestros corazones, y con júbilo gritaba y aplaudía; animaba al caballero del velocípedo a dar vueltas sin cesar e incluso hicimos nuestro primer vuelo en la máquina voladora “Wright Flyer” construida por los hermanos Wright.

Fuimos caminando en todas las direcciones y a su vez volvimos al mismo punto de partida, y antes de dar por finalizada nuestra pequeña actuación tomamos un globo aerostático que había sido sustraído por unos malhechores para cometer sus robos y nos fuimos volando por todo el mundo sin descanso alguno para llegar a tiempo para tomar un té con la reina de Inglaterra.

A nuestra vuelta nos topamos con grandes elefantes blancos que nos trajeron de vuelta a casa, donde Shally se quedó dormida en los brazos de su tío.


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martes, 22 de julio de 2014

Shally sueña.

  • ¿Cuál es tu sueño, John?

Todavía sin haberse aferrado a su mano, sintió que debía de cogérsela a Shally para apretar sin ejercer demasiada fuerza sus dedos contra el dorso de su mano. Así que ante la expectativa de ser consciente que ambos pasarían mucho tiempo sentados en el porche de la casa se tomó la libertad de guiarla y así tocarla como deseaba hacerlo, sin omitir ni descuidar la frase que ella le había hecho.

  • Estar contigo para siempre. - No hubo vacilación alguna en sus palabras.

Shally sonrió. Y John contempló la expresión de sus labios y le devolvió el gesto con suavidad imitando también esa misma mueca.

  • Hablo de algo único y personal, John. De esa fantasía que nadie más que tú desea conocer. Te estoy hablando de ese sueño que no te atreves a decir a nadie por miedo a que su falta de motivaciones y de compromiso te lo desmorone como si un castillo de arena mecido por las aguas del mar. Dime entonces, ¿cuál es tu sueño?

Se tomó algo de tiempo para pensar. Miró el cielo y finalmente respondió.

  • Siempre quise ser un Sheriff, así que supongo que ese era mi sueño especial.

Shally se levantó tan rápidamente del escalón de madera que a John le dio la sensación de que el suelo sobre el que ambos habían permanecido sentados quemaba como el fuego.

La joven y hermosa mujer soltó su mano, bajó el último escalón y extendió sus brazos en el aire, y el gélido viento de la noche levantó el vuelo de su camisón y sus botas de vaquera se llenaron del polvo del camino.

  • Eso no es un sueño especial. - Le increpó sin demasiada dureza en sus palabras. - Cuando era aún muy pequeña mi tío Larson encontró a un hombre al que le habían dado una brutal paliza y le habían abandonado a su suerte en la árida tierra del desierto. Sin agua ni alimentos, no habría sobrevivido en aquel inhóspito paraje un día más, pero debía de ser un hombre extraordinariamente especial, me explicó, porque él era el único que se desvía con habitual frecuencia por ese camino para pensar cuando las ideas le ahogan el cerebro. Yo le cogí mucho cariño, y vivió con nosotros durante algún tiempo hasta que mi tío me contó que su errante vida no le permitiría quedarse ligado a la tierra en la que ahora vivo, así que por eso debía irse, y por eso nos abandonó, sin decirme adiós.

Su espalda, el vuelo de su camisón, sus cabellos mecidos por el viento. A John le dio la impresión de que hasta la misma naturaleza era su enemiga, porque todo cuanto rodeaba a la preciosa Shally parecía querer llevársela a un lugar donde él nunca más la vería.

  • ¿Querías irte con él? - La voz de John se fue apagando con lentitud, como si de un candil al que se le acaba la reserva de aceite se tratase.

Shally se dio la vuelta y comenzó a dar vueltas sobre sí misma bajo el brillante cielo estrellado.

  • No lo entiendes, John, aún sigo ligada a él: bajo el mismo cielo, al amparo de las mismas estrellas, respirando el mismo aire, caminando las mismas huellas que él dejó atrás, nunca se fue de mi vida y yo tampoco lo haré de la suya mientras ambos sigamos con vida. Donde quiera que esté sé que seguirá pensando en mí como yo lo hago con él. Y cuando muramos compartiremos la misma tierra. Estamos ligados, aunque no tengamos los mismos lazos de sangre. Igual que lo estoy a ti.

Y sus cautivadores ojos se quedaron clavados en el anonadado rostro de John.


  • Te diré que mi sueño especial era ser domadora profesional de leones de peluche. Y lo conseguí. Un día te hablaré de esa historia, pero ahora...

La boca de John tapó sus palabras, dejando que estás siguieran gestándose en el interior de su garganta. La lengua de Shally se unió al incesante baile que la boca de su amante le había propuesto y siguieron besándose unidos por unos sentimientos que nadie mejor que ellos podía comprender, bajo ese firmamento que a todos une por igual y que vive absorto en su mundo, que vive viendo las vidas humanas florecer y marchitarse en cuestión de segundos.


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viernes, 18 de julio de 2014

Cowboys, Calamity Jane y la pequeña Shally Northom.

La imagen que dábamos no podía ser más bochornosa: mis vaqueros estaban tirados en algún rincón de la habitación junto con el resto de mi ropa, y sin embargo con lo único que pude taparme en aquellos momentos fue con una escueta almohada de motel que apenas cubría una parte de mi anatomía. Dejé como acto de cortesía y caballerosidad las sábanas y mantas para la joven señorita quien, abochornada por semejante intrusión, se tapó la cara para ocultar así el color de sus ruborizadas mejillas. Me hubiera gustado que aquellos hombres nos hubieran devuelto la privacidad que tanto nos merecíamos, pero en lugar de eso lo único que logramos fue ser sacados a rastras de aquella habitación, ella siendo zarandeada de un lado para otro sin ton ni son y yo a golpe de puñetazos y patadas mientras mordía literalmente el polvo completamente desnudo. Sus golpes se repitieron y sus patadas no cesaron, y en su burlesco comportamiento saboreé mi propia sangre mientras me quedaba inconsciente debido a la brutal paliza que aquellos matones del pueblo me propinaron.

Cuando volví a recobrar la consciencia estaba atado de pies y manos y tumbado con el pecho descubierto sobre una afilada roca que se me clavaba como una aguja en las costillas mientras los buitres sobrevolaban mi cuerpo aún vivo esperando que en cualquier momento mi carne se convirtiera en su alimento. Entre el calor y los golpes recibidos no me costó demasiado tiempo volver a perder la consciencia, así que los párpados de mis ojos volvieron a caer como telones tras el final de un acto y me quedé allí tumbado esperando a que mi fortuna tuviera un nuevo golpe de suerte.

Cuando volví a recuperar la consciencia estaba en una cálida habitación pintada de color crema con grandes ventanas y cortinas de un color cremoso lechoso, a través de las cuales podía ver la colada de sus propietarios siendo tendida sobre las cuerdas de metal al aire mecidas por el viento y acompañadas por el movimiento de la verde hierba. Cerré de nuevo los ojos, pero esta vez no me quedé dormido ni perdí la consciencia, simplemente lo hice para deleitarme con el tranquilizante olor de la lavanda a los pies de mi cama. Volví en mi al sentir la presencia de alguien más en el dormitorio, y efectivamente mis ojos no me engañaron, pues al otro lado de la habitación unas diminutas manos jugaban con mi sombrero vaquero poniéndoselo y quitándoselo de la cabeza cuando caía sobre su frente y le cubría parcial o totalmente la visión.

Al principio no sabía si lo que tenía delante de mis ojos era un niño o una niña, pero cuando se quitó el sombrero y me miró directamente a los ojos quedé prendado de su nostálgica mirada, del color de sus iris, de la sonrisa de sus labios, y el corazón me dio un vuelco, pues juro por dios que nunca en mi vida había visto una niña más bonita que aquella muchacha que a los pies de mi cama sostenía un ramo de flores de lavanda que posteriormente me ofreció con sus mejores deseos.

  • Señor. - Habló con lentitud, como si el tiempo y la medición de éste fueran de poca importancia en su boca y su vida. - ¿Es usted un cowboy de verdad?
Su madre entró presta y veloz en la habitación y la regañó de inmediato por coger mis pertenencias sin que le hubiese dado permiso para hacerlo. Pero la pequeña niña hizo caso omiso de su enfado y saltando de la silla como si fuera una pequeña rana fuera de su charca corrió hasta mi cama y se colocó a mi lado para devolverme el sombrero.

  • Señor, ¿es usted uno de esos cowboys del viejo Oeste?

Confuso miré a su madre.

  • Perdónela. - Su madre volvió para colocarse a su lado, apoyar sus dedos sobre sus hombros y pedirle que se hiciera un lado para que dejara de molestarme. - Mi padre solía contarle antes de irse a dormir historias del viejo Oeste, de la tierra en donde nació, así que ella vive ensimismada en ese mundo creyendo que todo los hombres que llevan sombreros como el suyo son cowboys, buscadores de oro, cheyennes, malechores... Ya sabe, son cosas de niños.

No pude evitar sonreír. Aunque fue un gesto que me hizo doler hasta el último de mis músculos y huesos.

  • Cuando sea mayor seré como Calamity Jane.

Y me lo dijo con tanta seriedad que aunque hubiese querido dudar de su palabra no habría podido hacerlo, así que le frote los cabellos y me enamoré aún más de su inocente forma de ver el mundo.

  • ¿Cómo te llamas? - Le pregunté casi de inmediato, como si el tiempo me apremiase y las palabras me quemasen la boca.
  • Shally, señor. - Se distrajo un momento con la sombra de un ave sobrevolando por encima de la ventana. - Shally Northom.


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lunes, 14 de julio de 2014

La estrella de mi cielo.

John pensó que habría estado bien fingir y hacerle creer que a su lado nunca tendría la necesidad de anhelar una vida mejor o extender sus alas para ver con sus propios ojos nuevos horizontes aún sin descubrir, pero el don de Shally era la capacidad de ver la mentira en la boca de quien la evoca.

Ella se levantó de la cama horas antes de que el sol asomara por el horizonte y olvidó por completo que tenía que calzarse y cubrirse los hombros con una gruesa chaqueta de lana para no tener frío. Caminó descalza y obligó a sus ojos a acostumbrarse a la oscuridad de la noche, sin encender un candil para alumbrar el camino que llevaba desde la estancia hasta el pasillo. Omitió deslizar las yemas de sus dedos sobre la mesilla de noche y así iluminar aquella estancia que nunca reclamó como suya pero que a John le encantaba decir que era de ambos pues así él lo había deseado. Un hombre de su talante, con la experiencia de la vida marcada en sus arrugas y en sus fatigados ojos no podía entender como se sentía Shally, porque siempre la tenía presente como una dulce muñeca de trapo a la que hay que cuidar y reparar cuando se rompe. Pero para ella la vida aún no había comenzado, y mucho menos en aquel pequeño pueblo llamado Buford, donde la asfixiante mentalidad de los nativos no le permitía en ningún momento actuar de la manera que siempre deseaba sin ser juzgada, golpeada por los más pequeños con sus afiladas piedras o vapuleada por las bocas de los hombres y los brazos y manos de los más jóvenes. Siendo siempre objeto de burla en la boca de mujeres más jóvenes y fustigada con palabras mal sonantes oídas en los labios de sus mayores las niñas hacían a su lado un corro y cantaban canciones que la menospreciaban, pues nadie la entendía y aquellos que intentaban conocerla a fondo sólo se limitaban a mirar para un lado cuando algún gesto fuera de lo común les sorprendía o les ruborizaba. John no era muy distinto a los demás, aunque se esforzarse por intentar entenderla; ella admiraba su esfuerzo y entrega, pero John seguía siendo esa clase de persona que vivía acorde a su tiempo, atrapado en unas normas e ideales que no le dejaban respirar el mismo aire que ella. Cuando los pies de Shally comenzaron a bajar los escalones se dio la vuelta, pues creyó oír las pisadas de su amante a sus espaldas, pero se equivocaba, así que volvió la mirada hacia el frente y bajó uno a uno los escalones de la casa. Corrió el pestillo de la puerta principal y extrajo la llave de la cerradura. Tras asegurarse de que John seguía dormido salió a la calle y se sentó en el primer escalón del pórtico, donde se paró a mirar las estrellas que hacía mucho tiempo que no veía. Le habló a la Luna, pues era su única amiga y confidente, y la palma de la mano pintada pegó su dorso al cielo para que las estrellas le concedieran su más anhelado deseo. Pero el sonido de la puerta a sus espaldas la asustó, y pegó un pequeño brinco de que un grito acompañó: no esperaba que John se hubiese despertado, pero ahí estaba delante de ella. 


La mitad del cuerpo desnudo al descubierto, los ojos consumidos por la fatiga y el cansancio, y la barba de varios días sin afeitar le daban un aspecto aún más envejecido, pero es que la diferencia de edad era un hecho a tener en cuenta. Shally sólo tenía veinte años, mientras que John estaba a punto de alcanzar los cuarenta y dos. No quiso saber qué hacía, ni tan siquiera se esforzó en preguntarle por qué se había levantando de la cama; se sentó a su lado y se quedó con ella contemplando el cielo nocturno, consciente de que algún día ella se iría de su lado para siempre.


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viernes, 4 de julio de 2014

Morir en tu interior.

Al raspar con las yemas de mis dedos sus muslos se contrajeron entre mis dedos, su sexo se excitó y su fragancia interna se intensificó abriéndome el apetito y provocando en mí una reacción animal que empino el arco de mi falo y con gozoso gusto la hubiese penetrado de manera irracional hasta quedar satisfecho al eyacular en su interior. Pero de nada me hubiese servido actuar de esta manera así que, a pesar de esa insaciable avidez que sufría, tomé la precaución de ir despacio, de gozar con ella al mismo tiempo del sexo, un gesto que a ella no pareció importunarle ni lo más mínimo. Levanté con mis manos sus nalgas del colchón, y al tenerla a la altura de la boca percibí con más detalle su deliciosa fragancia, un olor que me cautivo, pues era afrutado, como el perfume de propia piel, sólo que más intenso. Delante de mis ojos los pliegues de su pubis del color de la miel habían sido cortados, no rasurados, pero no me detuve por más tiempo en contemplar esa parte de su anatomía, yo deseaba llegar más lejos, así que liberé una de mis manos y replegué con suavidad el capuchón de su clítoris y al oírla gemir por las atenciones de las yemas de dedos supe que había llegado el momento de posar la punta de mi lengua y lamer con suavidad esa carnosa parte de su anatomía. Su aroma se volvió a intensificar, sus muslos se contrajeron en torno a mis hombros y sus manos dejaron de estar aferradas a las sábanas y se hundieron en el interior de mis cabellos. Sus gemidos aumentaron, y la fuerza de sus piernas presionó mi cabeza, pero yo la sostuve para evitar que se escapara de mis atenciones. Ella quería más, gritó “vaquero, vaquero” en reiteradas ocasiones, y aparté mi lengua e hice presión con mis dedos, y al oírla gritar de nuevo sentí su humedad deslizarse por sus muslos, y metí mis dedos donde momentos antes deseé hacerlo con mi pene. Y subí y baje, y palpé su interior, y sus piernas temblaron y sus jadeos atrajeron la atención de los inquilinos de la habitación de al lado, quienes no cesaron de aporrear la pared para que disminuyéramos el volumen de nuestra aventura. Pero el límite parecía habernos abandonado, y ahora no podíamos ponerle freno a nuestras pasiones y deseos.

  • Voy a meterla.

No fue una sugerencia. Iba a entrar en ella, porque sabía que era lo que quería. Y me quedé perplejo al descubrir cómo se abría de piernas sólo para mí, para recibir mi masculinidad, y levanté sus piernas y las coloqué por encima de mis hombros para penetrarla con suavidad, pero su voraz apetito me invitó a impulsar mis caderas con más fuerza en su interior, y al rítmico movimiento de nuestros cuerpos prácticamente desnudos se unió el sonido de los viejos muelles, y el estridente sonido fue una molestia para nuestros oídos, pero era lo mejor que podíamos permitirnos en aquellos momentos, dado que los hombres como yo no viven en casas lujosas y ella no podía permitirse llevarme a la suya.

Estaba a punto de correrme en su interior cuando la puerta de nuestra habitación fue golpeada con violencia reiteradas veces, y al oírla gritar a ella los hombres que estaban posicionados en la calle no dudaron en tirarla abajo, y así fue como en el momento más critico e íntimo fuimos descubiertos en plena copulación.

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jueves, 3 de julio de 2014

Remembranza.

  • ¿Remembranza?

Shally asintió con la cabeza, mientras hundía su cara en el agua y sacaba los pies a flote al otro lado de la bañera. Aquel día, después de hacerle el amor reiteradas veces ella le confesó que esa era su palabra preferida. John nunca había oído nada semejante en boca de nadie, pero a él le pareció curioso e inusual que ella escogiera un término para definirse a sí misma.

  • Toma la cámara. - Recordó al instante el tono de su voz en su memoria. - Haz de este momento mi remembranza.

Y gustosamente volvió a la habitación sobre sus propios pasos y tomó entre sus dedos la vieja cámara que aún guardada en el armario esperaba a ser rescatada de las garras del olvido, donde hacía años que la había arrojado olvidándose por completo de su máquina y su función.

John volvió al cuarto de baño, ansioso por retratar el cuerpo de la mujer que amaba completamente desnuda, y le resultó sorprendente comprobar lo bella que estaba detrás del objetivo. El halo de timidez que siempre la envolvía parecía haber caído a sus pies. Pasó sus manos entre sus cabellos y su cabeza cayó sobre la bañera, y con la mirada fija clavó sus ojos en él, quien a su vez le miraba con una expresión perpleja en el rostro sin saber qué hacer.


  • Vamos John...- Le animó con sus palabras .- Hoy seré tu musa.

Resultaba increíble oír hablar de aquella manera a una mujer que apenas cruzaba dos palabras con él al día; se había desinhibido completamente delante de la cámara, como si aquel objeto tuviera el mágico poder de transformarla con sólo estar cerca de ella. Pensó en lo estúpido que había sido durante todos aquellos años en los que se había mantenido alejado de ella, tal vez si se hubiera percatado antes de aquel detalle ahora su relación sería más profunda y ardiente.

El cuerpo completamente desnudo de Shally fue fotografiado. Cada centímetro de su piel quedó aquel día impreso en el negativo: sus pequeños pero gruesos dedos jugando, su tatuada piel, su boca, sus labios... Todas aquellas imágenes quedaron grabadas en aquel carrete que con el tiempo acabó extraviándose sin llegar a ser nunca encontrado, al igual que los pasos de ella.



Shally tenía razón, la palabra que mejor la definía como mujer era remembranza, y para que no se olvidara lo anotó en aquella composición de fotografías que John le había regalado días después de tomárselas. Lamentablemente de aquellos retratos del pasado no quedaron recuerdos, pues el fuego es un cruel enemigo que devora todo a su paso, aunque en aquellas imágenes estuvieran los diez minutos más felices de la vida de Shally.



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