jueves, 18 de septiembre de 2014

Corazón habla en mi nombre.

¿Cómo se prepara uno para lo que no está preparado? ¿Cómo puedes enfrentarte a tus demonios si ante la idea de hacerles frente te sientes abatido antes de entrar en batalla y huyes del mismo enemigo del que no puedes escapar sin importar el lugar que escojas para esconderte? La idea de estar siempre en alerta le traía de cabeza a John, no sabía qué hacer, hasta que conoció a Shally; sólo entonces halló esa paz de la que le habían vetado durante muchos años. Estando con ella se dio cuenta de que podía ser él mismo en todo momento y no necesitaba fingir para ser aceptado, ni ocultar sus inseguridades y traumas para vender una imagen a la que nunca se había acostumbrado. Ella le había salvado la vida, de mil y una maneras posibles, y ahora que estaba aprendido por fin a vivir a su lado pensó que estaría bien por una vez en la vida vivir sin planes, sin horarios, juntos de la mano, dejándose llevar al ritmo que marcasen los compases del día a día. Y al instante tomó consciencia una vez más de la boca de Shally, tierna y suave, como un dulce caramelo blando que al entrar en contacto con tu paladar te deshace de gusto y armoniza tus sentidos y a su vez inspira un cosquilleo que al estómago te llega en forma de hormigueo, y te abre el apetito y te sacia y te colma de deseo cuando en tu boca se deshace. Podría besarla de mil y una maneras posibles: ardiente, febril, apasionada, esquiva, tímida, e incluso ruidosa. De tantas formas que todas habrían estado bien. Al resbalar la yema de sus dedos por su rostro comprendió que una vida a su lado nunca le sería suficiente, pues con sólo su presencia sentía que ya había gastado toda la suerte de mil vidas, y aún no habían comenzado ni a vivir una vida en común como marido y mujer.

Al abrir los ojos tras aquel profundo e inagotable beso se enamoró aún más de su gran amor, del rubor que encendía sus mejillas cuando su ruda y curtida piel por el sol raspaba su mentón. De la forma en la que sus labios creaban sus líneas, del color que dejaban sus besos tras ser besados con fervor.

Sintió el aroma de su cuello pegarse a su nariz, y John no pudo evitar recorrer esa delgada línea que separa el mentón de la clavícula para llenarla de un reguero de besos que hubiera estado recorriendo infinitas veces sin llegar a cansarse en ningún momento.

Rompieron el silencio de la noche con los gemidos de la boca de Shally, y la presión de sus senos contra su duro pecho anticipo el deseo de sus manos de atraerla con más fuerza contra él. Y al sentir la suave presión de sus brazos contra su cuello dejó que ella misma le rodeara con sus manos, para que le llevase contra su boca.

No había necesidad alguna de expresar palabras, porque a veces, incluso aunque en casos excepcionales son necesarias, ahora lo único para lo que servirían sería para estorbar. Y al igual que una hoja de un árbol en el otoño es mecida con suavidad por el constante vaivén del viento, sus cuerpos se movieron imitando a la naturaleza. Los dedos de Shally dejaron de seguir pegados al cuello de John y ascendieron súbitamente hasta sujetar su cuero cabelludo, del cual tiraron con suavidad, ejerciendo una ligera presión sin llegar a dañarle.

Y en mitad de la tempestad llegó la calma, y los besos se suavizaron, y los brazos de John descendieron hasta toparse con la forma redonda y dura de las nalgas de Shally para impulsarla en el aire y tomarla entre sus brazos, y al darse cuenta de que sus caderas se habían encontrado, ella percibió a través de la fina tela con la que estaba cubierta la dura erección de él atravesar cada fibra entretejida invitándola a probar aquel manjar que a su boca tanto le gustaba saborear.

  • Te quiero.

El susurro de sus labios acariciando el lóbulo de su oreja fue demasiado para John, como una intensa descarga de mil voltios que lo sacudió desde los pies hasta la cabeza. Consciente de que no podía detenerse caminó con ella hasta el interior del porche y allí la pegó contra la puerta, y su cuerpo se relajó brevemente antes de sentir una vez más la fuerza de los besos que ambos se profesaban. John siempre se había mostrado a sí mismo como un hombre pulcro y cuidado, reservado con las emociones para evitar que le hiciesen daño, pero con Shally todas aquellas falsas fachadas caían como piezas de dominó perfectamente alineadas.

  • Shally.

Fue la única palabra que pudo pronunciar antes de que su lengua y su boca fueran ocupadas por las de su amante. Los besos se volvieron más codiciosos e intensos. Se forzaron a tomarse un breve segundo para acceder al interior de la vivienda, y después otro para cerrar la puerta tras de sí. Las escaleras no fueron un impedimento para seguir besándose o tocándose. Eran libres de hacer lo que quisieran con sus cuerpos, y cuando llegaron a su dormitorio la pasión que habían logrado encender instantes antes se volvió más intensa y poderosa. Al caer sobre la cama deshecha entrelazaron sus dedos, y los besos volvieron a retomar el camino que momentos antes habían perdido.


Pero ambos querían más, necesitaban aquello para lo que habían estado preparándose, por lo que el mentón de John acabó presionando ligeramente el vientre de Shally, y una vez allí se atrevió a ir un poco más lejos cuando las piernas de su amor se abrieron ante sus ojos para mostrarle una vez más el deseo que nacía en el interior de su sexo.

  • John. - Le llamó una vez más por su nombre.

Y él se sonrojó. Pero no se despistó ni desvió la atención de su objetivo final. Y volvió para retomar lo que estaba haciendo.

Dulce. Así es como describía su sabor al tacto de su lengua en el interior de su su clítoris. Humedecidos los labios de John por su propia saliva, estimuló los genitales de Shally, mientras ésta hundía su rostro contra la almohada y retraía sus caderas intimidada por las sensaciones que la embriagaban en aquellos mismos momentos.

  • Hazlo, John. - Susurró su amor casi sin aliento.


Y la penetró en el mismo instante en el que ella alcanzaba su orgasmo, una hazaña que intensificó su éxtasis personal. Pero ahí no acabó la cosa: ella siempre quería más, y a galopantes horcajadas John movió sus caderas con su pene empujando la pared frontal de la vagina, mientras mutuamente exhalaban suspiros y gemidos que no podían acallar ni con los besos ni con las presiones de sus gestos cuando uno mordía al otro o hundía su rostro contra el colchón. Y al penetrarla aún con más intensidad y fuerza, John la llamó dulcemente por su nombre y extasiado por la sensación de llegar al paraíso gritó y se convulsionó corriéndose en el interior de ella, mientras Shally no cesaba de gemir una vez más ahogada por su propio deseo.


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

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