Oímos
una voz que interrumpió nuestros sofocados besos. Un tono chirriante
y gargajoso que a mis oídos llegó como el peor ruido que jamás
había logrado oír en toda mi vida, y al separar nuestras bocas
éstas quedaron unidas durante un breve fragmento de segundo por un
hilo de saliva, que cayó sobre nuestros labios separándonos de
manera repentina, un gesto que a mi cuerpo desagradó por completo,
pues sólo habíamos empezado a calentar motores, y mi verga ansiosa
de ser saciada por el cuerpo de una mujer pedía a gritos la atención
de sus húmedos y carnosos labios. Y dado que en mi vocabulario no
existía la palabra rogar quedé apartado de ella para darle el
espacio que me pedía sin palabras y que bien entendí y comprendí
que necesitaba. Pero fue una molestia absoluta para ambas partes
dejar al aire correr libremente entre nuestros cuerpos, porque yo no
quería que ella se fuese de mi lado, y a mi dama le irritó la idea
de no saber qué había debajo de aquella tela vaquera que cubría mi
piel y que a sus ojos tanto interés suscitaba.
- Ven. - Fue lo único que se atrevió a decir y ni tan siquiera tuvo el valor de hacerlo en voz alta. Y con sus dedos anudados a los míos tuve que seguirla a su ritmo, a un paso que me pareció demasiado lento y pesado para mi gusto.
Evité
preguntar por qué huíamos del lugar, o por qué aquella voz tan
lacerante nos seguía como si estuviera interesada en saber más de
lo que seríamos capaces de hacer cuando a solas nos encontrásemos.
Y movidos por el interés de no ser descubiertos aceleré el paso,
porque sabía que si seguíamos a su ritmo tarde o temprano nos
alcanzarían. Y oí sus quejas desde la lejanía, no fui yo quien
empezó a jugar a aquel juego peligroso sin el consentimiento de mi
compañera, pero de pronto sus manos dejaron de estar unidas a las
mías, se resbalaron en algún momento del rápido ajetreo que
estábamos manteniendo, y uno de sus zapatos se perdió y el otro
quedó pegado a su pie de forma aparatosa. Y al darme cuenta de mi
error, tuve que volver hacia atrás, tomar su calzado y cogerla entre
mis brazos para huir con ella tan rápido como me fuese posible. Y su
expresión casi cambió por completo: al principio tenía el rostro
marcado por la confusión y acto seguido se serenó al contacto de su
nariz con la yugular de mi cuello y el aroma de mi aliento sobre el
suyo.
La
llevé conmigo a la habitación del motel donde nos hospedaríamos
por fuerza mayor una noche más. La idea no me resultó del todo
gratificante, pues esa misma mañana cuando partí de otra habitación
diferente mi mente tenía claro cuál sería mi siguiente destino:
una nueva ciudad. Pero ahora que una bonita señorita se había
interpuesto en mi camino, bueno, digamos que acepté el reto del que
debía hacerme cargo si quería seguir avanzando en la vida.
Le
pedí que esperase en algún lugar donde nadie más que yo pudiera
encontrarla con facilidad, pero sobre todo que se alejara del ojo
público, pues no deseaba ser interrumpido en ningún momento
comprendido entre la mañana y la tarde, y si la cosa se prologaba
incluiríamos la noche en nuestros planes. Aunque mi sugerencia no
pareció agradarla, mi propuesta no era negociable. Ella debía
decidir si la tomaba o la dejaba y por supuesto escogió la que más
le convino.
Akasha
Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos
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