lunes, 9 de junio de 2014

Recuerdos imborrables en tu piel.

Oímos una voz que interrumpió nuestros sofocados besos. Un tono chirriante y gargajoso que a mis oídos llegó como el peor ruido que jamás había logrado oír en toda mi vida, y al separar nuestras bocas éstas quedaron unidas durante un breve fragmento de segundo por un hilo de saliva, que cayó sobre nuestros labios separándonos de manera repentina, un gesto que a mi cuerpo desagradó por completo, pues sólo habíamos empezado a calentar motores, y mi verga ansiosa de ser saciada por el cuerpo de una mujer pedía a gritos la atención de sus húmedos y carnosos labios. Y dado que en mi vocabulario no existía la palabra rogar quedé apartado de ella para darle el espacio que me pedía sin palabras y que bien entendí y comprendí que necesitaba. Pero fue una molestia absoluta para ambas partes dejar al aire correr libremente entre nuestros cuerpos, porque yo no quería que ella se fuese de mi lado, y a mi dama le irritó la idea de no saber qué había debajo de aquella tela vaquera que cubría mi piel y que a sus ojos tanto interés suscitaba.

  • Ven. - Fue lo único que se atrevió a decir y ni tan siquiera tuvo el valor de hacerlo en voz alta. Y con sus dedos anudados a los míos tuve que seguirla a su ritmo, a un paso que me pareció demasiado lento y pesado para mi gusto.

Evité preguntar por qué huíamos del lugar, o por qué aquella voz tan lacerante nos seguía como si estuviera interesada en saber más de lo que seríamos capaces de hacer cuando a solas nos encontrásemos. Y movidos por el interés de no ser descubiertos aceleré el paso, porque sabía que si seguíamos a su ritmo tarde o temprano nos alcanzarían. Y oí sus quejas desde la lejanía, no fui yo quien empezó a jugar a aquel juego peligroso sin el consentimiento de mi compañera, pero de pronto sus manos dejaron de estar unidas a las mías, se resbalaron en algún momento del rápido ajetreo que estábamos manteniendo, y uno de sus zapatos se perdió y el otro quedó pegado a su pie de forma aparatosa. Y al darme cuenta de mi error, tuve que volver hacia atrás, tomar su calzado y cogerla entre mis brazos para huir con ella tan rápido como me fuese posible. Y su expresión casi cambió por completo: al principio tenía el rostro marcado por la confusión y acto seguido se serenó al contacto de su nariz con la yugular de mi cuello y el aroma de mi aliento sobre el suyo.

La llevé conmigo a la habitación del motel donde nos hospedaríamos por fuerza mayor una noche más. La idea no me resultó del todo gratificante, pues esa misma mañana cuando partí de otra habitación diferente mi mente tenía claro cuál sería mi siguiente destino: una nueva ciudad. Pero ahora que una bonita señorita se había interpuesto en mi camino, bueno, digamos que acepté el reto del que debía hacerme cargo si quería seguir avanzando en la vida.


Le pedí que esperase en algún lugar donde nadie más que yo pudiera encontrarla con facilidad, pero sobre todo que se alejara del ojo público, pues no deseaba ser interrumpido en ningún momento comprendido entre la mañana y la tarde, y si la cosa se prologaba incluiríamos la noche en nuestros planes. Aunque mi sugerencia no pareció agradarla, mi propuesta no era negociable. Ella debía decidir si la tomaba o la dejaba y por supuesto escogió la que más le convino. 

Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados.

Su voz, su cuerpo.

Al oír el incesante gorgoteo de la ducha no necesitó imaginar la escena para saber lo que estaba sucediendo en la planta superior de la vivienda, pero aún así no pudo evitar ascender con los ojos para posar sus pupilas sobre el techo como si éste estuviera hecho de cristal y ver más allá de la pintura, el hormigón, las cañerías y tuberías para alcanzar con su mirada el cuerpo desnudo de Shally, bañado por una incesante cascada de agua acariciando su cabello, rostro, brazos y senos; sus manos descansarían sobre la pared de azulejos azules mientras su cabeza inclinada hacia abajo movería sus labios cantando sin cesar su canción preferida: “Sad Eyes”, evadiéndose del mundo que no parecía encajar en absoluto en su nuevo pero inminente estilo de vida.

John tomó la taza de color crema entre sus manos, y el dulce aroma del café le hizo ser consciente de que Shally pronto se iría de su casa. Quizás sólo fuese por unos días, a lo sumo unas semanas, o tal vez lo hiciese para siempre. Aquel último pensamiento fugaz detuvo la taza en el aire, y aunque el olor era delicioso, no se vio capaz de darle un nuevo sorbo a la bebida. Caminó, sí, de un lado hacia otro, sin ser muy consciente del todo de dónde debía quedarse para calmar sus nervios.

Su cabeza no cesaba de repetir una única palabra y ese era el nombre de ella, y cuánto más lo decía, más sufría internamente, pero la simple idea de no evocarlo le asustaba, porque significaba que tendría que olvidarse de la forma en la que las vocales se unían a las consonantes, y la manera en la que sonaba cuando él lo pronunciaba o en cómo ella reaccionaba cuando lo oía en su boca. De pronto se vio incapaz de controlar su propio estado de ánimo y golpeó con arrogancia y furia la tabla de madera que adornaba la mitad de la isla de la cocina. Su frustración lo estaba volviendo loco, la decisión de irse de Shally lo estaba hundiendo aún más en la miseria, y es que una vida sin ella era inconcebible para él, pero tampoco podía retenerla por más tiempo entre sus brazos con la firme promesa de que todo iría bien, aún sabiendo que tal vez no fuese verdad.


Dando tumbos sin rumbo fijo se frotó el mentón diversas veces, se acarició el cabello, y negó con la cabeza lo que la cordura le decía que era una insensatez, pero aquello ya no funcionaba, y quizás nada más lo haría, así que con el corazón en vilo y un enorme torrente de sangre corriendo por sus venas, se vio capaz de ascender uno a uno los escalones que de ella le separaban, y no se tomó la molestia de llamar a la puerta y disculparse por interrumpirla como en tantas ocasiones había hecho. Giró el pomo, la puerta cedió con facilidad y sin apenas esfuerzo sus ojos la encontraron, y los de ella a él, y ninguno de los dos pudo decir nada. Fue entonces cuando John comprendió que lo que estaba a punto de hacer sólo era una jugada sin fundamento que lo único que lograría sería traerles más dolor a su vida, pero ya nada le importaba, estaba dispuesto a correr el riesgo y, quizás, ya fuese por lástima o necesidad, Shally acabaría por pensárselo mejor, aunque también cabía la posibilidad de que lo único que saliera de aquel encuentro fuese una herida tan profunda que ninguno de los dos podría olvidarla jamás.   

Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados.