martes, 17 de junio de 2014

Quise descubrir.

Por qué será que los sueños y vidas de otros nos parecen más brillantes que los que uno porta durante toda su vida y los hace como propios con el paso de los días. Mirándola a ella, con la espalda al descubierto y la cremallera de su vestido bajada a la altura de su cintura, caí de bruces en aquella conclusión, un golpe de efecto que atolondró a mis sentidos y me sacudió hasta el último centímetro de mi piel. Mi dubitativa mano trazó la línea que separaba su ropa de la piel, y en un abrir y cerrar de ojos con mi palma ya rodeando su cintura y su senos apoyados contra mi torso, nos dimos cuenta de que nuestras bocas casi se estaban tocando y comenzamos a exhalar pequeños suspiros que nos ayudaron a acortar la distancia que existía entre el aire y nuestros labios. Su embriagador aroma me cautivó, danzando en la punta de mi nariz sólo para mí, ayudándome a entrar en un trance del cual no deseaba salir. Sus largos cabellos rasparon el mentón de mi cara como si lo hubiese hecho con las yemas de sus dedos, y al instante dejé caer mis párpados como telones al final de una obra para saborear el mágico momento en el que ella se apegó con más fuerza contra mi cuerpo.

Mi ruda mano levantó el mentón de su pálida piel y su ligero y pequeño rostro, tan bonito y pulido como el de una muñeca de porcelana recién fabricada, me observó con el semblante asombrado en la confusión que marcaban los iris de sus ojos, y mucho antes de que pudiera articular palabra alguna mi lengua ya se había abierto paso a través de su boca y sin descanso se movía en su interior saboreando su paladar, obligándome a llevármela con más fuerza contra mi cuerpo, pegándola contra mí mismo evitando de esta manera que pudiera emprender el vuelo de aquella tosca y e inmunda habitación donde nuestros sueños aún sin gestar estaban naciendo al pie de un colchón humedecido por el agua y desinfectante que una limpiadora común había empleado en su limpieza horas antes.

No quería, ni mucho menos me satisfizo, la idea de venderle a aquella preciosa mujer un sueño de una noche de verano al pie de una colina con falsas promesas que nunca cumpliría, por eso cuando ella se apartó de mí para tomar aire y enredar sus dedos sobre los pliegues de su vestido le hablé de la realidad, con serias palabras, pero al fin y al cabo le dije la verdad.

Se rio de mí casi de inmediato. Vaquero, me llamó de nuevo por mi acento tejano. Me explicó de inmediato que ella no buscaba una relación a largo plazo, ya que la tenía en su casa, con un hombre tosco y rudo, de pocos modales y mucho menos devoto y fiel al matrimonio. Lo único que quería era sentirse deseada entre las caderas de un hombre que no supiera su nombre y mucho menos le importase su vida unas horas después de que la hubiera deshojado a voluntad.

Siendo así su idea del amor pasajero acepté su petición de ser ese hombre al que las mujeres sólo quieren por una cosa, y mi mano se aferró a uno de sus senos, sus piernas a mi cadera y mi boca tomó de ella todos los besos que le hubiera regalado a cualquiera que se le hubiese ofrecido. Dejé puesto en ella sus zapatos y ropa interior, aún me estaba deleitando con sus besos y ya habría tiempo de deshacerme de aquello que me estorbase cuando llegase el momento. Por ahora estaba bien con lo que tenía entre manos. Su propia humedad bañó sus bragas y sus pezones erizados salpicaron los encajes de su ropa interior. Mi verga estaba tan excitada que exclamé su nombre en pos de una liberación inmediata. Y así fue como aquella linda muñeca se hizo eco de mi súplica y resbaló sus dedos a través de la cremallera de mi pantalón y fue directa a por mi sexo erguido, quién a gritos pedía toda su atención.




Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados.