sábado, 16 de agosto de 2014

El pasado de las Northom.

El bolígrafo se movió entre sus dedos girando en un único sentido con extrema rapidez. Su cerebro era un hervidero de ideas, pensamientos que iban y venían sin detenerse un solo instante, y por un momento pensó que el aliento se le iba a quedar entrecortado entre su garganta y su boca. La herramienta de escritura cesó de dar vueltas y la dejó sobre la mesa de manera apresurada, para llevarse las puntas de los dedos contra la cara y el el dorso contra su rostro. Expulsó el aire que aún contenían sus pulmones y meditó brevemente la siguiente frase del párrafo que, aún incompleta, esperaba ser garabateada al pie de la línea en blanco del folio.

Reclinó su espalda contra la firme silla sobre la que estaba sentado. Las palabras que deseaba plasmar en el papel no venían a su memoria así que, ansioso por hacerse con ellas lo antes posible, no levantó la vista de las anteriores líneas que ya habían sido escritas y revisadas cientos de veces mientras que con las yemas de sus dedos rebuscaba su paquete de cigarrillos negros. Sus párpados cayeron sobre sus ojos como telones y sintió el cansancio y la fatiga en cada una de sus extremidades. No necesitó mirar su reloj de muñeca para descubrir lo tarde que era, pues él ya lo sabía; se sintió algo mareado al instante, así que decidió dejar a un lado aquel pensamiento funesto y se levantó de la silla para tomar algo de aire fresco.

Al abrir la puerta del motel donde se alojaba descubrió que la oscuridad ya engullía más de la mitad del aparcamiento donde su vehículo llevaba estacionado varios días, y no esperaba moverlo del lugar al menos durante unos cuantos días más. Encendió su cigarrillo y se lo fumó escuchando el canto de los grillos, y a la cabeza le volvió el apellido Northom, como si no pudiese deshacerse de él ni un sólo instante. La vida y las hazañas de aquellas mujeres le eran tan irresistiblemente atractivas como dos imanes opuestos que no pueden evitar atraerse. La primera vez que había oído hablar del apellido Northom fue a través de su bisabuela Mariam, quien decía de ellas que no eran de fiar, demasiado liberales para su época, brujas que hechizaban a hombres casados y los apartaban de sus castas vidas y del buen camino del señor, pero sobre todo solía repetir sin cesar: son viles y letales asesinas cuando alguien intenta interponerse entre ellas y sus sueños y proyectos. No lo olvides nunca.

Su abuela seguía con la misma retahíla que su bisabuela, cuando ésta acababa de hablar.

  • Recuerdalo siempre, pequeño Jonatham Junior. La primera Northom fue una asesina. Y al instante escupía en el suelo como si con aquel gesto pudiera ahuyentar los malos augurios. - Y una mujer como ella debería haber sido ahorcada y sepultada en suelo no consagrado, con la cabeza cortada y metida entre sus piernas para que su espíritu nos dejase tranquilos. Si se hubiese hecho justicia, las Northom no seguirían estando vivas, y su nombre no sería un lastre en las vidas de quienes las conocimos. - Y siempre acababa gritando: - ¡Muerte a las Northom, muerte a las brujas, que las ahorquen a todas y que el diablo se las lleve al infierno para quemarlas en la eterna hoguera!


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados.