¿Cómo
se prepara uno para lo que no está preparado? ¿Cómo puedes
enfrentarte a tus demonios si ante la idea de hacerles frente te
sientes abatido antes de entrar en batalla y huyes del mismo enemigo
del que no puedes escapar sin importar el lugar que escojas para
esconderte? La idea de estar siempre en alerta le traía de cabeza a
John, no sabía qué hacer, hasta que conoció a Shally; sólo
entonces halló esa paz de la que le habían vetado durante muchos
años. Estando con ella se dio cuenta de que podía ser él mismo en
todo momento y no necesitaba fingir para ser aceptado, ni ocultar sus
inseguridades y traumas para vender una imagen a la que nunca se
había acostumbrado. Ella le había salvado la vida, de mil y una
maneras posibles, y ahora que estaba aprendido por fin a vivir a su
lado pensó que estaría bien por una vez en la vida vivir sin
planes, sin horarios, juntos de la mano, dejándose llevar al ritmo
que marcasen los compases del día a día. Y al instante tomó
consciencia una vez más de la boca de Shally, tierna y suave, como
un dulce caramelo blando que al entrar en contacto con tu paladar te
deshace de gusto y armoniza tus sentidos y a su vez inspira un
cosquilleo que al estómago te llega en forma de hormigueo, y te abre
el apetito y te sacia y te colma de deseo cuando en tu boca se
deshace. Podría besarla de mil y una maneras posibles: ardiente,
febril, apasionada, esquiva, tímida, e incluso ruidosa. De tantas
formas que todas habrían estado bien. Al resbalar la yema de sus
dedos por su rostro comprendió que una vida a su lado nunca le sería
suficiente, pues con sólo su presencia sentía que ya había gastado
toda la suerte de mil vidas, y aún no habían comenzado ni a vivir
una vida en común como marido y mujer.
Al
abrir los ojos tras aquel profundo e inagotable beso se enamoró aún
más de su gran amor, del rubor que encendía sus mejillas cuando su
ruda y curtida piel por el sol raspaba su mentón. De la forma en la
que sus labios creaban sus líneas, del color que dejaban sus besos
tras ser besados con fervor.
Sintió
el aroma de su cuello pegarse a su nariz, y John no pudo evitar
recorrer esa delgada línea que separa el mentón de la clavícula
para llenarla de un reguero de besos que hubiera estado recorriendo
infinitas veces sin llegar a cansarse en ningún momento.
Rompieron
el silencio de la noche con los gemidos de la boca de Shally, y la
presión de sus senos contra su duro pecho anticipo el deseo de sus
manos de atraerla con más fuerza contra él. Y al sentir la suave
presión de sus brazos contra su cuello dejó que ella misma le
rodeara con sus manos, para que le llevase contra su boca.
No
había necesidad alguna de expresar palabras, porque a veces, incluso
aunque en casos excepcionales son necesarias, ahora lo único para lo
que servirían sería para estorbar. Y al igual que una hoja de un
árbol en el otoño es mecida con suavidad por el constante vaivén
del viento, sus cuerpos se movieron imitando a la naturaleza. Los
dedos de Shally dejaron de seguir pegados al cuello de John y
ascendieron súbitamente hasta sujetar su cuero cabelludo, del cual
tiraron con suavidad, ejerciendo una ligera presión sin llegar a
dañarle.
Y
en mitad de la tempestad llegó la calma, y los besos se suavizaron,
y los brazos de John descendieron hasta toparse con la forma redonda
y dura de las nalgas de Shally para impulsarla en el aire y tomarla
entre sus brazos, y al darse cuenta de que sus caderas se habían
encontrado, ella percibió a través de la fina tela con la que
estaba cubierta la dura erección de él atravesar cada fibra
entretejida invitándola a probar aquel manjar que a su boca tanto le
gustaba saborear.
- Te quiero.
El
susurro de sus labios acariciando el lóbulo de su oreja fue
demasiado para John, como una intensa descarga de mil voltios que lo
sacudió desde los pies hasta la cabeza. Consciente de que no podía
detenerse caminó
con ella hasta el interior del porche y allí la pegó
contra la puerta, y su cuerpo se relajó
brevemente antes de sentir una vez más la fuerza de los besos que
ambos se profesaban. John siempre se había mostrado a sí mismo como
un hombre pulcro y cuidado, reservado con
las emociones para evitar que le hiciesen daño, pero con Shally
todas aquellas falsas fachadas caían como piezas de dominó
perfectamente alineadas.
- Shally.
Fue
la única palabra que pudo pronunciar antes de que su lengua y su
boca fueran ocupadas por las
de su amante. Los besos
se volvieron más codiciosos e intensos. Se forzaron a tomarse un
breve segundo para acceder al interior de la vivienda, y después
otro para cerrar la puerta tras de sí. Las escaleras no fueron un
impedimento para seguir besándose o tocándose. Eran libres de hacer
lo que quisieran con sus cuerpos, y cuando llegaron a su dormitorio
la pasión que habían logrado encender instantes antes se volvió
más intensa y poderosa. Al
caer sobre la cama deshecha entrelazaron sus dedos, y los besos
volvieron a retomar el camino que momentos antes habían perdido.
Pero
ambos querían más, necesitaban aquello para lo que habían estado
preparándose,
por lo que el mentón de John acabó
presionando ligeramente el vientre de Shally, y una vez allí se
atrevió a ir un poco más lejos cuando las piernas de su amor se
abrieron ante sus ojos para mostrarle una vez más el deseo que nacía
en el interior de su sexo.
- John. - Le llamó una vez más por su nombre.
Y
él se sonrojó. Pero no se despistó ni desvió la atención de su
objetivo final. Y volvió para retomar lo que estaba haciendo.
Dulce.
Así es como describía su sabor al tacto de su lengua en el interior
de su su clítoris. Humedecidos los labios de John por su propia
saliva, estimuló
los genitales de Shally, mientras ésta
hundía su rostro contra la almohada y retraía sus caderas
intimidada por las sensaciones que la embriagaban en
aquellos mismos momentos.
- Hazlo, John. - Susurró su amor casi sin aliento.
Y
la penetró
en el mismo instante en el que ella alcanzaba su orgasmo, una hazaña
que intensificó
su éxtasis personal. Pero ahí no acabó
la cosa: ella siempre quería más, y a galopantes horcajadas John
movió
sus caderas con su pene empujando la pared frontal de la vagina,
mientras mutuamente exhalaban suspiros y gemidos que no podían
acallar ni con los besos ni con
las presiones de sus gestos cuando uno mordía al otro o hundía su
rostro contra el colchón. Y al penetrarla aún con más intensidad y
fuerza, John la llamó dulcemente por su nombre y extasiado por la
sensación de llegar al paraíso gritó
y se convulsionó
corriéndose en el interior de ella, mientras Shally no cesaba de
gemir una vez más ahogada por su propio deseo.
Akasha
Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos
reservados.