sábado, 26 de julio de 2014

Cowboy y el teatro de sombras chinescas.

Ya me había acostumbrado a su silente presencia, y me reconfortaba su pacífica manera de entrar a hurtadillas en mi habitación, mientras que con sus pisadas intentaba atraer el sigilo y con ello la paz de los campos cubiertos de flores que plantaba en macetas pintadas a mano con sus propios dedos, donde me representaba montado a caballo o arando la tierra; y entre todas ellas, mi favorita era la que yo permanecía sentado delante del fuego contemplando el cielo nocturno cogiendo su mano.

Los primeros días en los que no podía ni levantarme de la cama debido al dolor de las heridas y los huesos rotos solía verla a través del cristal de la ventana abierta jugando siempre sola, alzando los dedos como si intentase tocar el cielo con sus diminutas puntas. A veces se quedaba muy quieta y callada, sentada en un improvisado columpio fabricado a partir de dos viejos tablones de madera y cuerdas anudadas a las ramas del árbol, alisando su vestido de espigas blanco sin llegar a moverse de su sitio hasta que su madre la llamaba para comer.

Una mañana de mucho calor de un día que no recuerdo Shally irrumpió en mi habitación mientras su madre cambiaba las sábanas de la cama, entró velozmente, sin tiempo para prepararnos para su llegada, y con los cabellos despeinados y la ropa sucia, tenía en su rostro dibujada una expresión que iba de la euforia pasando al entusiasmo, obligando a sus labios a sonreírme sin medida. Con las palmas pegadas al pecho no pudo contenerse por más tiempo y extendió para mí sus brazos y entre sus palmas me mostró una diminuta rana del desierto que se escapó de un solo salto por la ventana, sin que hubiera podido tener demasiado tiempo para verla. De inmediato Shally se quedó sin habla, pues le hubiese gustado tenerla como mascota, pero su madre cerró la ventana de manera apresurada y le pidió que se fuera a su habitación. Aquella fue la primera vez que pude ver la desilusión y el asombro en sus ojos, una imagen que me cautivó y a la vez me dolió en lo más profundo de mi ser, porque aquella niña de ojos grandes y brillantes sólo se tenía a sí misma como compañera de juegos en un mundo donde los adultos no tenían tiempo para seguir emocionándose con insignificantes y diminutos asuntos que sólo los más pequeños pueden entender como grandes hazañas en sus vidas.

Aquella tarde me di cuenta de que debía hacer algo por Shally, así que hablé con su madre y le pedí que me ayudara a crear un teatro de sombras sólo para ella. Al principio la idea no pareció convencerla, pues según me explicó tenía que atender al ganado y más tarde preparar la cena para todos, pero nuevamente le reiteré la importancia de devolverle a su hija la mágica sensación que produce el descubrimiento de cosas nuevas, así que la dejé convencida de que debía ayudarme y finalmente cedió a mi petición y me ayudó a preparar el escenario correcto para aquella noche.

A las nueve y media en punto la pequeña mano de Shally golpeó la puerta de mi habitación, y al entrar en ella un gran sombrero mágico le dio la bienvenida. El sombrero, por supuesto tenía el don de la elocuencia, y era muy pero que muy parlachín, tanto es así que debíamos mandarlo callar de vez en cuando.

En aquella habitación di vida a la imaginación, e hice que volviera su sonrisa y su entusiasmo. Llenó de risas nuestros corazones, y con júbilo gritaba y aplaudía; animaba al caballero del velocípedo a dar vueltas sin cesar e incluso hicimos nuestro primer vuelo en la máquina voladora “Wright Flyer” construida por los hermanos Wright.

Fuimos caminando en todas las direcciones y a su vez volvimos al mismo punto de partida, y antes de dar por finalizada nuestra pequeña actuación tomamos un globo aerostático que había sido sustraído por unos malhechores para cometer sus robos y nos fuimos volando por todo el mundo sin descanso alguno para llegar a tiempo para tomar un té con la reina de Inglaterra.

A nuestra vuelta nos topamos con grandes elefantes blancos que nos trajeron de vuelta a casa, donde Shally se quedó dormida en los brazos de su tío.


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados.