El
vello de los carrillos comenzaba a resultarme molesto, pero no dije
nada o hice gesto alguno en presencia de Wendolina que le indicara
que merecía sus atenciones debido aún al estado de mis huesos y
heridas. Con los dedos aún ocupados entre las últimas páginas del
libro que su hermano mayor me había prestado, mi mente se mantenía
ocupada gran parte del tiempo aunque, claro estaba, las horas de la
mañana corrían de manera más lenta puesto que la pequeña Shally
debía acudir a clase y no podía hacerme compañía llenándome de
una alegría que hasta entonces había estado desaparecida en mi
existencia. Cerré los ojos un breve instante, y mi única mano libre
cubierta de vendas danzó en torno a la colcha tejida a mano y allí,
entre los puntos deshilachados, se encontraba el caballo de madera de
la niña al que por nombre había llamado Tifón. Al sentirlo entre
mis yemas abrí los ojos de inmediato y lo contemplé brevemente,
pues la mano de Wendolina me sobresaltó al sentir el tacto de su
piel tocándome de manera espontánea y sin necesidad alguna.
- Cielos. - Su sonrisa se amplió en torno a sus labios. - No sé cómo debo de decirle que no puede dejar sus juguetes en cualquier parte.
Yo
le devolví la sonrisa y temí lo que no pude evitar: el juguete que
tanto le gustaba a ella me fue arrebatado de las manos y no pude
hacer nada por persuadir a su madre para que no me lo quitase de los
dedos que fuese del todo consciente de que no quería perderlo de
vista.
Se
guardó la pieza en el bolsillo central del delantal y volvió a
mirarme con sus grandes y saltones ojos azulados.
- Pero mírate. - Con un inusual atrevimiento en su conducta su mano volvió a tocar mi piel, pero esta vez sus dedos se apoyaron sobre mi barba y, resbalándose con lentitud, surcó buena parte de mi rostro mientras sus dorados cabellos de un color que me recordaba a las espigas del trigo se mecían entre su rostro y caía por su cara antes de tapar el rubor de sus mejillas.
El
viento golpeó ligeramente las contraventanas, un ruido que a ambos
nos alteró y nos trajo de vuelta a la realidad de manera apresurada,
y donde antes había estado la mano de Wendolina lo único que
quedaba ahora era un calor residual difícil de soportar.
- Iré a por la palangana, la brocha y la crema de afeitar. - Hubo una breve pausa en sus palabras.
Tomé
su mano con rapidez, aferrando sus finas muñecas contra mis dedos,
un gesto que ella malinterpretó, porque antes de que me diera cuenta
su cabeza ya se había acercado a la mía y su boca y sus labios
estaban besando a los míos.
Akasha
Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos
reservados.
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