- ¿Cuál es tu sueño, John?
Todavía
sin haberse aferrado a su mano, sintió que debía de cogérsela a
Shally para apretar sin ejercer demasiada fuerza sus dedos contra el
dorso de su mano. Así que ante la expectativa de ser consciente que
ambos pasarían mucho tiempo sentados en el porche de la casa se tomó
la libertad de guiarla y así tocarla como deseaba hacerlo, sin
omitir ni descuidar la frase que ella le había hecho.
- Estar contigo para siempre. - No hubo vacilación alguna en sus palabras.
Shally
sonrió. Y John contempló la expresión de sus labios y le devolvió
el gesto con suavidad imitando también esa misma mueca.
- Hablo de algo único y personal, John. De esa fantasía que nadie más que tú desea conocer. Te estoy hablando de ese sueño que no te atreves a decir a nadie por miedo a que su falta de motivaciones y de compromiso te lo desmorone como si un castillo de arena mecido por las aguas del mar. Dime entonces, ¿cuál es tu sueño?
Se
tomó algo de tiempo para pensar. Miró el cielo y finalmente
respondió.
- Siempre quise ser un Sheriff, así que supongo que ese era mi sueño especial.
Shally
se levantó tan rápidamente del escalón de madera que a John le dio
la sensación de que el suelo sobre el que ambos habían permanecido
sentados quemaba como el fuego.
La
joven y hermosa mujer soltó su mano, bajó el último escalón y
extendió sus brazos en el aire, y el gélido viento de la noche
levantó el vuelo de su camisón y sus botas de vaquera se llenaron
del polvo del camino.
- Eso no es un sueño especial. - Le increpó sin demasiada dureza en sus palabras. - Cuando era aún muy pequeña mi tío Larson encontró a un hombre al que le habían dado una brutal paliza y le habían abandonado a su suerte en la árida tierra del desierto. Sin agua ni alimentos, no habría sobrevivido en aquel inhóspito paraje un día más, pero debía de ser un hombre extraordinariamente especial, me explicó, porque él era el único que se desvía con habitual frecuencia por ese camino para pensar cuando las ideas le ahogan el cerebro. Yo le cogí mucho cariño, y vivió con nosotros durante algún tiempo hasta que mi tío me contó que su errante vida no le permitiría quedarse ligado a la tierra en la que ahora vivo, así que por eso debía irse, y por eso nos abandonó, sin decirme adiós.
Su espalda, el vuelo de su camisón, sus cabellos mecidos por el viento. A John le dio la impresión de que hasta la misma naturaleza era su enemiga, porque todo cuanto rodeaba a la preciosa Shally parecía querer llevársela a un lugar donde él nunca más la vería.
- ¿Querías irte con él? - La voz de John se fue apagando con lentitud, como si de un candil al que se le acaba la reserva de aceite se tratase.
Shally
se dio la vuelta y comenzó a dar vueltas sobre sí misma bajo el
brillante cielo estrellado.
- No lo entiendes, John, aún sigo ligada a él: bajo el mismo cielo, al amparo de las mismas estrellas, respirando el mismo aire, caminando las mismas huellas que él dejó atrás, nunca se fue de mi vida y yo tampoco lo haré de la suya mientras ambos sigamos con vida. Donde quiera que esté sé que seguirá pensando en mí como yo lo hago con él. Y cuando muramos compartiremos la misma tierra. Estamos ligados, aunque no tengamos los mismos lazos de sangre. Igual que lo estoy a ti.
Y
sus cautivadores ojos se quedaron clavados en el anonadado rostro de
John.
- Te diré que mi sueño especial era ser domadora profesional de leones de peluche. Y lo conseguí. Un día te hablaré de esa historia, pero ahora...
La
boca de John tapó sus palabras, dejando que estás siguieran
gestándose en el interior de su garganta. La lengua de Shally se
unió al incesante baile que la boca de su amante le había propuesto
y siguieron besándose unidos por unos sentimientos que nadie mejor
que ellos podía comprender, bajo ese firmamento que a todos une por
igual y que vive absorto en su mundo, que vive viendo las vidas
humanas florecer y marchitarse en cuestión de segundos.
Akasha
Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos
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