martes, 2 de septiembre de 2014

Besos que acortan distancias.

Sus labios, su boca y su sabor. Lo quería todo de ella. La acuosa y pequeña lengua de Shally empujando a la suya de manera brutal y sin miramientos hacia el interior de esa húmeda cueva, donde sus dientes chocarían debido al encontronazo de las diferentes fuerzas que cada uno ejercía. Y su mente era un hervidero de pensamientos que aflojaban el ritmo de sus pisadas, como si manos invisibles se aferrasen a sus zapatillas y le impidiesen dar las grandes zancadas que ansiaba alcanzar para acortar la distancia que le separaba de la mujer que amaba. Encadenado a ideas efímeras y sin valor, John se fue desprendiendo de aquellos pensamientos como si de una coraza pesada se tratase, y cuanto más libre y más aprisa se movía, más consciente era de que sus propias pisadas se habían convertido en zancadas y los metros que les separaban en centímetros; el aire contenido en sus pulmones pudo ser exhalado y al instante se vio respirando el dulce aroma del aliento de Shally.

Su mente entonces comprendió que eso era lo que quería, que era lo único que deseaba en aquellos momentos: llenarse de Shally impregnando su piel con su aroma, su boca con su sabor, y alcanzar con sus propias articulaciones los rincones más íntimos de su piel. Si la ingenuidad era una maldición o una bendición, poco le importaba a John en esos momentos; su amor, su joven y dulce muchacha de la que llevaba más de un año prendado, había aceptado finalmente casarse con él, y ese pensamiento le valió de manera momentánea una entrada en el reino de los cielos. Sí, iría directo al infierno si no la trataba como se merecía, pero nunca le haría daño, ni dejaría que nadie se lo hiciesen, Shally era especial, demasiado única y vulnerable para vivir en una pequeña ciudad como aquella, pero John siempre tuvo la certeza de que era la única forma de tenerla sólo para él, por eso, cuando se le presentó la ocasión, sin dudarlo rompió sus alas impidiéndole emprender el vuelo, enjaulándola como un animal y sumiéndola en la más profunda oscuridad, donde nadie más que él podría verla, tocarla y hacerla suya siempre que la insaciable sed del deseo se despertase.

John la tomó con fuerza llevando su cabeza contra su boca, olvidándose por completo de que a veces esa desmesurada energía la intimidaba. Pero Shally fue buena con él, ni tan siquiera se molestó en apartarle o pedirle que de distanciara de ella para dejarle respirar, y sus ojos quedaron fijos en él y los de John en ella. Todo su mundo se desvaneció, bajo sus pies no hubo nada, sólo ella le mantuvo cuerdo, atado a la vida por una delgada línea que les unió y les separó cuando el fino hilo de saliva los liberó del impetuoso beso que él le había ofertado.

  • Shally. - Pronunció su nombre aún creyendo estar viviendo un sueño.

Ella alzó su mano en el aire, pues hasta entonces sus brazos habían quedado pegados contra su cuerpo, inmóviles e inalterables por las acciones de su prometido. Sólo habían pasado unas horas desde la última vez que lo hicieron, pero la forma en la que le brillaban los ojos a John le hizo darse cuenta de que necesitaba saciarse de ella, alimentarse de su sexo para estar completo y aunque le resultaba a veces agotador seguir su ritmo, obedeció a su instinto y le dio lo que él quería, sin llegar a plantearse por qué lo hacía, o si realmente merecía la pena tomarse todas aquellas molestias por un breve instante de placer.



Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

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