jueves, 12 de junio de 2014

Sé siempre mi deseo.

Cuando las manecillas del reloj se encontraron al filo de la medianoche, la mente de John evocó a la remembranza y en el único sueño que tuvo durante las escuetas horas que dura la nocturnidad volvió a ver a su preciosa Shally, quizás más bonita que nunca. Pues la recordó llena del brillo y el color de la mañana, con los cabellos aún despeinados y ladeados hacia el lado contrario de su forma natural, con una taza blanca entre las manos y una pícara sonrisa adormecida por la falta de sueño en los labios. Su larga y negra melena como un cielo nocturno sin estrellas caía sin orden ni estructura sobre sus hombros, apoyando sus rizos sobre la misma camisa que él había lucido la noche anterior cuando salieron a cenar. Pero a ella le quedaba de manera extraordinaria, pues aunque las mangas le cubrían las manos y su anchura no se adaptaba a sus curvas de mujer, fue en sus muslos donde él vio la gracia de la prenda, pues éstos no quedaron del todo ocultos a su vista y sus blancas piernas semicubiertas por su larga caída atrajeron la atención de sus ojos, y al alzarla un poco más se percató de su desnudo sexo que, aunque tapado por la ropa, seguía siendo alcanzable por sus manos.

Ella le sonrió al ver como se aventuraba por sus muslos intentando llegar más lejos, quizás con demasiado entusiasmo, pues su varonil miembro ya se alzaba en el aire como un mástil sin bandera, y aunque no lo vio directamente con sus propios ojos, sí pudo percibirlo por la tirantez del pantalón del pijama. Aunque podía haberle dicho algo guardó silencio y siguió contemplando el amanecer al pie de la ventana, con los dedos sujetando la persiana horizontal de madera pintada de blanco dejando pasar así los primeros rayos del sol que habían comenzado a calentar la arena de la playa.

John se levantó de inmediato y no pudo evitar rodearla con sus brazos y besar su cabeza con sus labios, imitando una bucólica imagen de una película romántica de Hollywoood en la que dos supuestos enamorados como ellos contemplan juntos el amanecer.

Rápidamente un pensamiento de quietud llenó su cabeza de una sensación de euforia que quiso compartir de inmediato con ella, pues le gustó esa sensación de tranquilidad, sin faltas de preocupación que su amor de la infancia le trasmitía. Pero Shally no era esa clase de mujer a la que las manos le están quietas: de pronto la vio dejando la taza sobre la mesilla de noche y volviendo a sus brazos. Le rodeó por el cuello y le obligó a besarla con una pasión desmedida donde los sofocos dan paso a los gemidos, donde las lenguas se unen con fervor y luchan entre sí para llegar más lejos en el interior de la garganta de su contrario, y es que pocas mujeres como ella eran capaces de hacerle sentir tan hombre y excitado como Shally, porque cuando le besaba a su vez le tocaba, y sus yemas ascendían y descendían entre su vientre y su masculino sexo, provocando que un millón de mariposas imaginarias revoloteasen en su interior y su necesidad creciese fervientemente mientras la levantaba del suelo y sus piernas quedaban en el aire hasta que finalmente las apoyaba sobre sus caderas y la empujaba contra la pared o la ventana sin despegar su boca de sus labios.


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados.