martes, 3 de junio de 2014

Los sueños que se desvanecen al pie de la cama.

Shally quedó apoyada en el filo del colchón, con la piel desnuda de cintura para arriba, con la cabeza ladeada hacia a un lado sin llegar a tenerla del todo girada, pues no se atrevía a mirarle a la cara y ver en ella el decrépito rostro de la decepción dibujado en sus ojos una vez más, obligándola a rememorar quizás por tercera o cuarta vez en lo que llevaban de semana esa amarga expresión que nunca quiso que él tuviera.

Oyó el sonido de las sábanas causar fricción en el cuerpo de John y tal vez, si hubiera tenido el valor suficiente de hacer algo por él, se hubiera vuelto para cobijarse bajo ellas y abrazarle como se merecía, pero sus emociones no parecían inmutarse, y sus músculos ni tan siquiera se tomaron la molestia de alzarse en el aire o forzarse a sí misma para hacer algo por salvar esa relación que se estaba yendo a pique desde hacía ya varios meses.

Shally quiso hablar, decir algo para llenar el incómodo espacio que ocupa la soledad cuando dos amantes no se tocan, cuando sus besos no llenan sus bocas y sus gemidos no llenan de gozo a sus corazones, pero al intentar emitir vocal alguna su lengua se enredó sobre sí misma y su paladar, ofuscado en sus propios pensamientos, olvidó por completo las ordenes de su cerebro y al final su garganta volvió a tragarse sus propias palabras y nada quedó por decirse, y aunque le hubiese gustado verter una lágrima por esa última emoción que tuvo hacia John se dio cuenta de que ya no le quedaban más gotas saladas que llorar, y así tocaron punto y final.

Él la seguía amando, más que a cualquier otra mujer en este mundo, pero comprendió su dolor mejor de lo que lo hacía ella misma, y sabía que aunque quisiera retenerla entre sus dedos un poco más de tiempo, lo único que lograría con ello sería herirla aún más. Añoró, sí, tristemente, la textura de su piel dando cobijo a sus yemas, pero aunque sus articulaciones quisieron atraerla de vuelta contra sí mismo, supo que aquel error la sumiría en una tristeza aún mayor, en un dolor tan insoportable que sólo la muerte la liberaría de tal pena, y pensó en Shally como en una estrella del firmamento, la más bonita de todas, inalcanzable para cualquier hombre, brillante como ninguna, y se dio cuenta de que sus sueños a su lado se habían detenido en el tiempo, donde congelados y olvidados seguirían invernando hasta el final de los tiempos.

Respetó su espacio personal, permitiéndole que se desahogara, aunque bien sabía que no lo oiría llorar, pues a ninguno de los dos les quedaban ya fuerzas para hacerlo, y cuando llegas a ese punto lo mejor es dejarse llevar por nuevas corrientes que quizás algún día vuelvan a llevarte al lado de quien amaste.


Shally se levantó de la cama violentamente, como si una mano invisible la hubiese azotado, ignorando que esa fuerza que la invitó a marcharse era el tiempo sentenciado que pedía irse lejos de aquella amplia habitación, donde ya nunca más volvería a estar. 


Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados.

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