Al
raspar con las yemas de mis dedos sus muslos se contrajeron entre mis
dedos, su sexo se excitó y su fragancia interna se intensificó
abriéndome el apetito y provocando en mí una reacción animal que
empino el arco de mi falo y con gozoso gusto la hubiese penetrado de
manera irracional hasta quedar satisfecho al eyacular en su interior.
Pero de nada me hubiese servido actuar de esta manera así que, a
pesar de esa insaciable avidez que sufría, tomé la precaución de
ir despacio, de gozar con ella al mismo tiempo del sexo, un gesto que
a ella no pareció importunarle ni lo más mínimo. Levanté con mis
manos sus nalgas del colchón, y al tenerla a la altura de la boca
percibí con más detalle su deliciosa fragancia, un olor que me
cautivo, pues era afrutado, como el perfume de propia piel, sólo que
más intenso. Delante de mis ojos los pliegues de su pubis del color
de la miel habían sido cortados, no rasurados, pero no me detuve por
más tiempo en contemplar esa parte de su anatomía, yo deseaba
llegar más lejos, así que liberé una de mis manos y replegué con
suavidad el capuchón de su clítoris y al oírla gemir por las
atenciones de las yemas de dedos supe que había llegado el momento
de posar la punta de mi lengua y lamer con suavidad esa carnosa parte
de su anatomía. Su aroma se volvió a intensificar, sus muslos se
contrajeron en torno a mis hombros y sus manos dejaron de estar
aferradas a las sábanas y se hundieron en el interior de mis
cabellos. Sus gemidos aumentaron, y la fuerza de sus piernas presionó
mi cabeza, pero yo la sostuve para evitar que se escapara de mis
atenciones. Ella quería más, gritó “vaquero, vaquero” en
reiteradas ocasiones, y aparté mi lengua e hice presión con mis
dedos, y al oírla gritar de nuevo sentí su humedad deslizarse por
sus muslos, y metí mis dedos donde momentos antes deseé hacerlo con
mi pene. Y subí y baje, y palpé su interior, y sus piernas
temblaron y sus jadeos atrajeron la atención de los inquilinos de la
habitación de al lado, quienes no cesaron de aporrear la pared para
que disminuyéramos el volumen de nuestra aventura. Pero el límite
parecía habernos abandonado, y ahora no podíamos ponerle freno a
nuestras pasiones y deseos.
- Voy a meterla.
No
fue una sugerencia. Iba a entrar en ella, porque sabía que era lo
que quería. Y me quedé perplejo al descubrir cómo se abría de
piernas sólo para mí, para recibir mi masculinidad, y levanté sus
piernas y las coloqué por encima de mis hombros para penetrarla con
suavidad, pero su voraz apetito me invitó a impulsar mis caderas con
más fuerza en su interior, y al rítmico movimiento de nuestros
cuerpos prácticamente desnudos se unió el sonido de los viejos
muelles, y el estridente sonido fue una molestia para nuestros oídos,
pero era lo mejor que podíamos permitirnos en aquellos momentos,
dado que los hombres como yo no viven en casas lujosas y ella no
podía permitirse llevarme a la suya.
Estaba
a punto de correrme en su interior cuando la puerta de nuestra
habitación fue golpeada con violencia reiteradas veces, y al oírla
gritar a ella los hombres que estaban posicionados en la calle no
dudaron en tirarla abajo, y así fue como en el momento más critico
e íntimo fuimos descubiertos en plena copulación.
Akasha
Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos
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