Sus
labios, su boca y su sabor. Lo quería todo de ella. La acuosa y
pequeña lengua de Shally empujando a la suya de manera brutal y sin
miramientos hacia el interior de esa húmeda cueva, donde sus dientes
chocarían debido al encontronazo de las diferentes fuerzas que cada
uno ejercía. Y su mente era un hervidero de pensamientos que
aflojaban el ritmo de sus pisadas, como si manos invisibles se
aferrasen a sus zapatillas y le impidiesen dar las grandes zancadas
que ansiaba alcanzar para acortar la distancia que le separaba de la
mujer que amaba. Encadenado a ideas efímeras y sin valor, John se
fue desprendiendo de aquellos pensamientos como si de una coraza
pesada se tratase, y cuanto más libre y más aprisa se movía, más
consciente era de que sus propias pisadas se habían convertido en
zancadas y los metros que les separaban en centímetros; el aire
contenido en sus pulmones pudo ser exhalado y al instante se vio
respirando el dulce aroma del aliento de Shally.
Su
mente entonces comprendió que eso era lo que quería, que era lo
único que deseaba en aquellos momentos: llenarse de Shally
impregnando su piel con su aroma, su boca con su sabor, y alcanzar
con sus propias articulaciones los rincones más íntimos de su piel.
Si la ingenuidad era una
maldición o una bendición, poco le importaba a John en esos
momentos; su amor, su joven y dulce muchacha de la que llevaba más
de un año prendado, había aceptado finalmente casarse con él, y
ese pensamiento le valió de manera momentánea una entrada en el
reino de los cielos. Sí, iría directo al infierno si no la trataba
como se merecía, pero nunca le
haría daño, ni dejaría que nadie se lo hiciesen, Shally era
especial, demasiado única y vulnerable para vivir en una pequeña
ciudad como aquella, pero John siempre tuvo la certeza de que era la
única forma de tenerla sólo para él,
por eso, cuando se le presentó la ocasión, sin dudarlo rompió sus
alas impidiéndole emprender
el vuelo, enjaulándola como un animal y sumiéndola en la más
profunda oscuridad, donde nadie más que él podría verla, tocarla y
hacerla suya siempre que la insaciable sed del deseo se despertase.
John
la tomó con fuerza llevando su cabeza contra su boca, olvidándose
por completo de que a veces esa desmesurada energía la intimidaba.
Pero Shally fue buena con él, ni tan siquiera se molestó en
apartarle o pedirle que de distanciara de ella para dejarle respirar,
y sus ojos quedaron fijos en él y los de John en ella. Todo su mundo
se desvaneció, bajo sus pies no hubo nada, sólo ella le mantuvo
cuerdo, atado a la vida por una delgada línea que les unió y les
separó cuando el fino hilo de saliva los liberó del impetuoso beso
que él le había ofertado.
- Shally. - Pronunció su nombre aún creyendo estar viviendo un sueño.
Ella
alzó su mano en el aire, pues hasta entonces sus brazos habían
quedado pegados contra su cuerpo, inmóviles e inalterables por las
acciones de su prometido. Sólo habían pasado unas horas desde la
última vez que lo hicieron, pero la forma en la que le brillaban los
ojos a John le hizo darse cuenta de que necesitaba saciarse de ella,
alimentarse de su sexo para estar completo y aunque le resultaba a
veces agotador seguir su ritmo, obedeció a su instinto y le dio lo
que él quería, sin llegar a plantearse por qué lo hacía, o si
realmente merecía la pena tomarse todas aquellas molestias por un
breve instante de placer.
Akasha
Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos
reservados.