lunes, 9 de junio de 2014

Su voz, su cuerpo.

Al oír el incesante gorgoteo de la ducha no necesitó imaginar la escena para saber lo que estaba sucediendo en la planta superior de la vivienda, pero aún así no pudo evitar ascender con los ojos para posar sus pupilas sobre el techo como si éste estuviera hecho de cristal y ver más allá de la pintura, el hormigón, las cañerías y tuberías para alcanzar con su mirada el cuerpo desnudo de Shally, bañado por una incesante cascada de agua acariciando su cabello, rostro, brazos y senos; sus manos descansarían sobre la pared de azulejos azules mientras su cabeza inclinada hacia abajo movería sus labios cantando sin cesar su canción preferida: “Sad Eyes”, evadiéndose del mundo que no parecía encajar en absoluto en su nuevo pero inminente estilo de vida.

John tomó la taza de color crema entre sus manos, y el dulce aroma del café le hizo ser consciente de que Shally pronto se iría de su casa. Quizás sólo fuese por unos días, a lo sumo unas semanas, o tal vez lo hiciese para siempre. Aquel último pensamiento fugaz detuvo la taza en el aire, y aunque el olor era delicioso, no se vio capaz de darle un nuevo sorbo a la bebida. Caminó, sí, de un lado hacia otro, sin ser muy consciente del todo de dónde debía quedarse para calmar sus nervios.

Su cabeza no cesaba de repetir una única palabra y ese era el nombre de ella, y cuánto más lo decía, más sufría internamente, pero la simple idea de no evocarlo le asustaba, porque significaba que tendría que olvidarse de la forma en la que las vocales se unían a las consonantes, y la manera en la que sonaba cuando él lo pronunciaba o en cómo ella reaccionaba cuando lo oía en su boca. De pronto se vio incapaz de controlar su propio estado de ánimo y golpeó con arrogancia y furia la tabla de madera que adornaba la mitad de la isla de la cocina. Su frustración lo estaba volviendo loco, la decisión de irse de Shally lo estaba hundiendo aún más en la miseria, y es que una vida sin ella era inconcebible para él, pero tampoco podía retenerla por más tiempo entre sus brazos con la firme promesa de que todo iría bien, aún sabiendo que tal vez no fuese verdad.


Dando tumbos sin rumbo fijo se frotó el mentón diversas veces, se acarició el cabello, y negó con la cabeza lo que la cordura le decía que era una insensatez, pero aquello ya no funcionaba, y quizás nada más lo haría, así que con el corazón en vilo y un enorme torrente de sangre corriendo por sus venas, se vio capaz de ascender uno a uno los escalones que de ella le separaban, y no se tomó la molestia de llamar a la puerta y disculparse por interrumpirla como en tantas ocasiones había hecho. Giró el pomo, la puerta cedió con facilidad y sin apenas esfuerzo sus ojos la encontraron, y los de ella a él, y ninguno de los dos pudo decir nada. Fue entonces cuando John comprendió que lo que estaba a punto de hacer sólo era una jugada sin fundamento que lo único que lograría sería traerles más dolor a su vida, pero ya nada le importaba, estaba dispuesto a correr el riesgo y, quizás, ya fuese por lástima o necesidad, Shally acabaría por pensárselo mejor, aunque también cabía la posibilidad de que lo único que saliera de aquel encuentro fuese una herida tan profunda que ninguno de los dos podría olvidarla jamás.   

Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

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