Al
oír el incesante gorgoteo de la ducha no necesitó imaginar la
escena para saber lo que estaba sucediendo en la planta superior de
la vivienda, pero aún así no pudo evitar ascender con los ojos para
posar sus pupilas sobre el techo como si éste estuviera hecho de
cristal y ver más allá de la pintura, el hormigón, las cañerías
y tuberías para alcanzar con su mirada el cuerpo desnudo de Shally,
bañado por una incesante cascada de agua acariciando su cabello,
rostro, brazos y senos; sus manos descansarían sobre la pared de
azulejos azules mientras su cabeza inclinada hacia abajo movería sus
labios cantando sin cesar su canción preferida: “Sad Eyes”,
evadiéndose del mundo que no parecía encajar en absoluto en su
nuevo pero inminente estilo
de vida.
John
tomó la taza de color crema entre sus manos, y el dulce aroma del
café le hizo ser consciente de que Shally pronto se iría de su
casa. Quizás
sólo fuese por unos días, a lo sumo unas semanas, o tal vez lo
hiciese para siempre. Aquel último pensamiento fugaz
detuvo la taza en el aire, y aunque el olor era delicioso, no se vio
capaz de darle un nuevo sorbo a la bebida. Caminó,
sí, de un lado hacia
otro, sin ser muy consciente del todo de
dónde
debía quedarse para calmar sus nervios.
Su
cabeza no cesaba de repetir una única palabra y ese era el nombre de
ella, y cuánto
más lo decía, más sufría internamente, pero la simple idea de no
evocarlo le asustaba, porque significaba que tendría que olvidarse
de la forma en la que las vocales se unían a las consonantes, y la
manera
en la que sonaba cuando él
lo pronunciaba
o en cómo
ella reaccionaba cuando lo
oía en su boca. De
pronto se vio incapaz de controlar su propio estado de ánimo y
golpeó con arrogancia y furia la tabla de madera que adornaba la
mitad de la isla de la cocina. Su frustración lo estaba volviendo
loco, la decisión de irse de Shally lo estaba hundiendo aún más en
la miseria, y es que una vida sin ella era inconcebible para él,
pero tampoco podía retenerla por más tiempo entre sus brazos con la
firme promesa de que todo iría bien, aún sabiendo que tal vez no
fuese verdad.
Dando
tumbos sin rumbo fijo se frotó el mentón diversas veces, se
acarició el cabello, y negó con la cabeza lo que la cordura le
decía que era una insensatez, pero aquello ya no funcionaba, y
quizás nada más lo haría,
así que con el corazón en vilo y un enorme torrente de sangre
corriendo por sus venas, se vio capaz de ascender uno a uno los
escalones que de ella le separaban, y no se tomó la molestia de
llamar a la puerta y disculparse por interrumpirla como en tantas
ocasiones había hecho. Giró
el pomo, la puerta cedió con facilidad y sin apenas
esfuerzo sus ojos la encontraron, y los de ella a él, y ninguno de
los dos pudo decir nada. Fue
entonces cuando John comprendió que lo que
estaba a punto de hacer sólo
era una jugada sin fundamento
que lo único que lograría sería traerles
más dolor a su vida, pero
ya nada le importaba, estaba dispuesto a correr el riesgo y, quizás,
ya fuese por lástima
o necesidad, Shally acabaría por
pensárselo mejor, aunque
también
cabía la posibilidad de que lo único que saliera
de aquel encuentro fuese
una herida tan profunda que
ninguno de los dos podría olvidarla
jamás.
Akasha
Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos
reservados.
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