viernes, 4 de julio de 2014

Morir en tu interior.

Al raspar con las yemas de mis dedos sus muslos se contrajeron entre mis dedos, su sexo se excitó y su fragancia interna se intensificó abriéndome el apetito y provocando en mí una reacción animal que empino el arco de mi falo y con gozoso gusto la hubiese penetrado de manera irracional hasta quedar satisfecho al eyacular en su interior. Pero de nada me hubiese servido actuar de esta manera así que, a pesar de esa insaciable avidez que sufría, tomé la precaución de ir despacio, de gozar con ella al mismo tiempo del sexo, un gesto que a ella no pareció importunarle ni lo más mínimo. Levanté con mis manos sus nalgas del colchón, y al tenerla a la altura de la boca percibí con más detalle su deliciosa fragancia, un olor que me cautivo, pues era afrutado, como el perfume de propia piel, sólo que más intenso. Delante de mis ojos los pliegues de su pubis del color de la miel habían sido cortados, no rasurados, pero no me detuve por más tiempo en contemplar esa parte de su anatomía, yo deseaba llegar más lejos, así que liberé una de mis manos y replegué con suavidad el capuchón de su clítoris y al oírla gemir por las atenciones de las yemas de dedos supe que había llegado el momento de posar la punta de mi lengua y lamer con suavidad esa carnosa parte de su anatomía. Su aroma se volvió a intensificar, sus muslos se contrajeron en torno a mis hombros y sus manos dejaron de estar aferradas a las sábanas y se hundieron en el interior de mis cabellos. Sus gemidos aumentaron, y la fuerza de sus piernas presionó mi cabeza, pero yo la sostuve para evitar que se escapara de mis atenciones. Ella quería más, gritó “vaquero, vaquero” en reiteradas ocasiones, y aparté mi lengua e hice presión con mis dedos, y al oírla gritar de nuevo sentí su humedad deslizarse por sus muslos, y metí mis dedos donde momentos antes deseé hacerlo con mi pene. Y subí y baje, y palpé su interior, y sus piernas temblaron y sus jadeos atrajeron la atención de los inquilinos de la habitación de al lado, quienes no cesaron de aporrear la pared para que disminuyéramos el volumen de nuestra aventura. Pero el límite parecía habernos abandonado, y ahora no podíamos ponerle freno a nuestras pasiones y deseos.

  • Voy a meterla.

No fue una sugerencia. Iba a entrar en ella, porque sabía que era lo que quería. Y me quedé perplejo al descubrir cómo se abría de piernas sólo para mí, para recibir mi masculinidad, y levanté sus piernas y las coloqué por encima de mis hombros para penetrarla con suavidad, pero su voraz apetito me invitó a impulsar mis caderas con más fuerza en su interior, y al rítmico movimiento de nuestros cuerpos prácticamente desnudos se unió el sonido de los viejos muelles, y el estridente sonido fue una molestia para nuestros oídos, pero era lo mejor que podíamos permitirnos en aquellos momentos, dado que los hombres como yo no viven en casas lujosas y ella no podía permitirse llevarme a la suya.

Estaba a punto de correrme en su interior cuando la puerta de nuestra habitación fue golpeada con violencia reiteradas veces, y al oírla gritar a ella los hombres que estaban posicionados en la calle no dudaron en tirarla abajo, y así fue como en el momento más critico e íntimo fuimos descubiertos en plena copulación.

Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

jueves, 3 de julio de 2014

Remembranza.

  • ¿Remembranza?

Shally asintió con la cabeza, mientras hundía su cara en el agua y sacaba los pies a flote al otro lado de la bañera. Aquel día, después de hacerle el amor reiteradas veces ella le confesó que esa era su palabra preferida. John nunca había oído nada semejante en boca de nadie, pero a él le pareció curioso e inusual que ella escogiera un término para definirse a sí misma.

  • Toma la cámara. - Recordó al instante el tono de su voz en su memoria. - Haz de este momento mi remembranza.

Y gustosamente volvió a la habitación sobre sus propios pasos y tomó entre sus dedos la vieja cámara que aún guardada en el armario esperaba a ser rescatada de las garras del olvido, donde hacía años que la había arrojado olvidándose por completo de su máquina y su función.

John volvió al cuarto de baño, ansioso por retratar el cuerpo de la mujer que amaba completamente desnuda, y le resultó sorprendente comprobar lo bella que estaba detrás del objetivo. El halo de timidez que siempre la envolvía parecía haber caído a sus pies. Pasó sus manos entre sus cabellos y su cabeza cayó sobre la bañera, y con la mirada fija clavó sus ojos en él, quien a su vez le miraba con una expresión perpleja en el rostro sin saber qué hacer.


  • Vamos John...- Le animó con sus palabras .- Hoy seré tu musa.

Resultaba increíble oír hablar de aquella manera a una mujer que apenas cruzaba dos palabras con él al día; se había desinhibido completamente delante de la cámara, como si aquel objeto tuviera el mágico poder de transformarla con sólo estar cerca de ella. Pensó en lo estúpido que había sido durante todos aquellos años en los que se había mantenido alejado de ella, tal vez si se hubiera percatado antes de aquel detalle ahora su relación sería más profunda y ardiente.

El cuerpo completamente desnudo de Shally fue fotografiado. Cada centímetro de su piel quedó aquel día impreso en el negativo: sus pequeños pero gruesos dedos jugando, su tatuada piel, su boca, sus labios... Todas aquellas imágenes quedaron grabadas en aquel carrete que con el tiempo acabó extraviándose sin llegar a ser nunca encontrado, al igual que los pasos de ella.



Shally tenía razón, la palabra que mejor la definía como mujer era remembranza, y para que no se olvidara lo anotó en aquella composición de fotografías que John le había regalado días después de tomárselas. Lamentablemente de aquellos retratos del pasado no quedaron recuerdos, pues el fuego es un cruel enemigo que devora todo a su paso, aunque en aquellas imágenes estuvieran los diez minutos más felices de la vida de Shally.



Akasha Valentine © 2014 Cartas a mi ciudad de Nashville. Todos los derechos reservados. 

lunes, 30 de junio de 2014

El placer de tu sexo.

Mis ojos cayeron sobre su cuerpo y pude ver como su boca se entreabría de inmediato para recibir a mi sexo. Fue una rápida actuación por su parte, la de abrirse paso a través de mis vaqueros y calzoncillos y sacar de esa cárcel de tela a mi hinchada verga que solicitaba sin palabra alguna las atenciones de la dama. Con sumo cuidado alcé su rostro y en sus ojos vi la determinación, así que si ella no tenía duda alguna de lo que estaba dispuesta a hacerme yo tampoco buscaría el valor necesario para impedirle seguir adelante.

El calor de la punta de su lengua fue como un torbellino de sensaciones, su saliva actuaba como un lubricante y cuanto más la lamía, más control sobre mí mismo tenía que ejercer para no perder los papeles y dejarme llevar por la fuerza del instinto primario que no atiende a razones y que se olvida de que a veces debemos disfrutar del momento para sentir el gozo con mayor deleite. Ni tan siquiera sabía su nombre, y aunque se lo hubiese querido preguntar no me hubiese podido responder debido a que su boca estaba demasiado ocupada con otra parte de mi anatomía en ese preciso instante. Creo que fue un gesto cruel por mi parte no saber cómo entonar debidamente cada vocal y consonante de su apelativo en mis labios, así que en mi mente la llamé por distintos nombres, todos ellos ajustados a su perfecta imagen.

Apoyé la cabeza contra la pared, cerré los ojos, ¿pues qué otra cosa podía hacer? Con sólo unos pequeños movimientos al cielo me hacía llegar, y por un instante creí que podía ser mía, sólo para mí, una mujer capaz de atarme a un lugar como aquel donde podría vivir sin añorar la esencia de los paisajes, el aire de las montañas en mis pulmones, el amargo sabor que deja la tierra cuando te caes de bruces contra el suelo en un rodeo. Oímos una voz quejándose en la habitación de al lado porque la radio no funcionaba como era debido, y el hechizo se hizo pedazos. Volver a la realidad fue como darse un baño de agua fría a diez grados bajo cero, pero no nos quedaba más remedio que aceptar que el lugar al que la había llevado no era el más apropiado para un encuentro como el nuestro.

Hablé, pero me dijo que nada le importaba ya, sólo quería que la hiciese mía, nada más. Y yo me lo tomé cómo una petición que no podía eludir así que, sin haberme quedado del todo satisfecho, levanté a la señorita del suelo y con cuidado la dejé sobre el catre mientras me quitaba la molesta ropa que entorpecía mis movimientos y no me dejaba ir más allá del cumplimiento moral que entre ambos se había gestado.

Me coloqué a su lado y la besé. Fue un largo beso, profundo y rudo, tal y como ella esperaba que lo hiciera; le di pequeños mordiscos con los dientes tirando de sus carnosos labios, teniendo el suficiente cuidado de no herirla ni hacerle daño. Pero cuando más pronunciaba, más vacías me parecían esas sensaciones que sobre el corazón quedan y de recuerdos llenan nuestra mente.

Es fácil perderse en los brazos de mujeres que como ella sólo buscan vivir una aventura pasajera. Esas damas a las que sólo rememoro de vez en cuando y que elijo aleatoriamente en mis recuerdos se vuelven más temprano que tarde confusas y borrosas y sólo dejan tras de sí una amarga ilusión que siempre prometo no repetir, pero sin darme cuenta vuelvo a caer cuando en la añoranza acabo siguiendo las huellas del pasado y torpemente me topo con ellas otras vez, con distintos nombres, caras, vidas, pero en definitiva todas iguales.



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lunes, 23 de junio de 2014

Desnuda ante mí.

  • Shally. - Su voz azarosa y sus dubitativas palabras nacieron en su garganta, sí, pero al inicio de su boca se detuvieron fingiendo ser impronunciables por sus labios.

Las yemas de los dedos de ella le tocaron con suavidad ascendiendo por su cara hasta que su rostro quedó pegado contra su frente y John pudo al fin paladear el dulce sabor que produce el descanso de la tranquilidad.

  • John.

Al oír su nombre en su boca no pudo evitar besarla con un fervor desmedido, valorando a los segundos como si fuesen años en el calendario, consciente de que siempre necesitaba más de ella, y todo cuanto le ofrecía le parecía siempre escaso. Amarla así resultaba enfermizo, y su sumisión doblegaba hasta sus huesos, a los que habría renunciado gustosamente por una sola caricia de ella. Y es que Shally tenía ese efecto en su vida.

Las piernas de ella tomaron el control, impulsando su cadera contra su cuerpo, atrayendo más a su erguido sexo contra sus húmedos labios.

El corazón de John latía eufórico, pero luchaba en silencio con ese pesar que no se le quitaba de la cabeza desde el primer día en que conoció a Shally. ¿Sería siempre suya? ¿Le amaría por siempre? ¿Cuando le diría ella es suficiente? Vivía la vida bebiendo a grandes sorbos del amor, pero sin llegar nunca hasta saborear el fondo de la copa, y es que sabía que si jugaba mal sus cartas ella acabaría saliendo dañada, y no podía permitirse semejante jugada.

La empujó contra la cama, donde su cuerpo rebotó contra el colchón, pero sin salir herida, y con sus cabellos despeinados sobre su rostro hundió sus dedos, pero John los tomó como suyos propios y se los llevó contra su boca para saborearlos, y sin darse cuenta su sexo creció de forma desmesurada, y gozando así de su confianza tomó las piernas de Shally y las abrió para deleitarse con su sexo, al que llenó de besos y lametazos al compás de los gemidos de su amada. Y al darse cuenta de que no podría aguantar por más tiempo la tomó para sí mismo como si con este astuto movimiento sus malos presentimientos pudieran desaparecer como una nube de polvo en el aire para siempre.



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martes, 17 de junio de 2014

Quise descubrir.

Por qué será que los sueños y vidas de otros nos parecen más brillantes que los que uno porta durante toda su vida y los hace como propios con el paso de los días. Mirándola a ella, con la espalda al descubierto y la cremallera de su vestido bajada a la altura de su cintura, caí de bruces en aquella conclusión, un golpe de efecto que atolondró a mis sentidos y me sacudió hasta el último centímetro de mi piel. Mi dubitativa mano trazó la línea que separaba su ropa de la piel, y en un abrir y cerrar de ojos con mi palma ya rodeando su cintura y su senos apoyados contra mi torso, nos dimos cuenta de que nuestras bocas casi se estaban tocando y comenzamos a exhalar pequeños suspiros que nos ayudaron a acortar la distancia que existía entre el aire y nuestros labios. Su embriagador aroma me cautivó, danzando en la punta de mi nariz sólo para mí, ayudándome a entrar en un trance del cual no deseaba salir. Sus largos cabellos rasparon el mentón de mi cara como si lo hubiese hecho con las yemas de sus dedos, y al instante dejé caer mis párpados como telones al final de una obra para saborear el mágico momento en el que ella se apegó con más fuerza contra mi cuerpo.

Mi ruda mano levantó el mentón de su pálida piel y su ligero y pequeño rostro, tan bonito y pulido como el de una muñeca de porcelana recién fabricada, me observó con el semblante asombrado en la confusión que marcaban los iris de sus ojos, y mucho antes de que pudiera articular palabra alguna mi lengua ya se había abierto paso a través de su boca y sin descanso se movía en su interior saboreando su paladar, obligándome a llevármela con más fuerza contra mi cuerpo, pegándola contra mí mismo evitando de esta manera que pudiera emprender el vuelo de aquella tosca y e inmunda habitación donde nuestros sueños aún sin gestar estaban naciendo al pie de un colchón humedecido por el agua y desinfectante que una limpiadora común había empleado en su limpieza horas antes.

No quería, ni mucho menos me satisfizo, la idea de venderle a aquella preciosa mujer un sueño de una noche de verano al pie de una colina con falsas promesas que nunca cumpliría, por eso cuando ella se apartó de mí para tomar aire y enredar sus dedos sobre los pliegues de su vestido le hablé de la realidad, con serias palabras, pero al fin y al cabo le dije la verdad.

Se rio de mí casi de inmediato. Vaquero, me llamó de nuevo por mi acento tejano. Me explicó de inmediato que ella no buscaba una relación a largo plazo, ya que la tenía en su casa, con un hombre tosco y rudo, de pocos modales y mucho menos devoto y fiel al matrimonio. Lo único que quería era sentirse deseada entre las caderas de un hombre que no supiera su nombre y mucho menos le importase su vida unas horas después de que la hubiera deshojado a voluntad.

Siendo así su idea del amor pasajero acepté su petición de ser ese hombre al que las mujeres sólo quieren por una cosa, y mi mano se aferró a uno de sus senos, sus piernas a mi cadera y mi boca tomó de ella todos los besos que le hubiera regalado a cualquiera que se le hubiese ofrecido. Dejé puesto en ella sus zapatos y ropa interior, aún me estaba deleitando con sus besos y ya habría tiempo de deshacerme de aquello que me estorbase cuando llegase el momento. Por ahora estaba bien con lo que tenía entre manos. Su propia humedad bañó sus bragas y sus pezones erizados salpicaron los encajes de su ropa interior. Mi verga estaba tan excitada que exclamé su nombre en pos de una liberación inmediata. Y así fue como aquella linda muñeca se hizo eco de mi súplica y resbaló sus dedos a través de la cremallera de mi pantalón y fue directa a por mi sexo erguido, quién a gritos pedía toda su atención.




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domingo, 15 de junio de 2014

¿Quién conoce a Shally Northom?


  • ¿Shally Northom? - Hubo una micropausa en la boca por parte de la interlocutora. - ¿Shally...? - Volvió a repetir intentando asociar el nombre que le habían dicho con la posible imagen de una cara reconocible en su memoria. - ¡Shally Northom! - Exclamó aliviada la mujer al otro lado del teléfono, por recordarla y no quedar como una estúpida. - ¡Claro que sí! - Se echó a reír como si aquel nombre le hiciese repentinamente gracia. - ¡La pequeña Shally! ¡Ahora la recuerdo! - Tomó aire antes de continuar la frase. - ¿Qué quiere saber de ella?

Él oyente pidió franqueza en sus palabras, sin eludir o esquivar ningún recuerdo por obtuso y ridículo que pareciese.

  • Me gustaría conocer todo sobre la infancia, niñez y juventud de esa mujer. Y bien, ¿qué me puede decir sobre ella?

  • Bueno...- Hubo de nuevo una pausa. - ¿Por qué quiere saberlo? Es decir, ¿qué interés puede suscitar una chica de un pequeño pueblo casi diminuto, diría yo, en alguien de la gran ciudad como lo es usted? ¿Y quién fue exactamente la persona que me dijo que le consiguió mi número de teléfono?

Ambas partes quedaron en silencio durante dos o tres minutos, quizás alguno más. Pero el oyente retomó la conversación poco después de ese tiempo intentando tranquilizar a la mujer.

  • No se preocupe, le haremos llegar tal y como le he prometido la cantidad de dinero acordada a su número de cuenta bancaria, y vuelvo a reiterarme en mis palabras si esto le va a dar cierta tranquilidad, señora Esmaltan: le aseguro que su nombre no se verá salpicado. Y ahora dígame: ¿qué me puede decir de Shally Northom?

  • ¡Eh! ¡Pues...! No sé si yo debería hablar de ella. Esta presión quizás sea demasiado para mí.

El experimentado periodista volvió a guiar a la mujer por el camino que él deseaba que siguiera, así pues disipó sus dudas con dulces palabras y halagos que la hicieron confiar de nuevo en él.

  • ¡Está bien! - Añadió la mujer finalmente. - Le hablaré de Shally Northom, pero le pido que sea discreto a la hora de publicar su historia, ya que nada bueno puede salir de esto. - La señora Esmaltan se quedó callada. - Ahora que usted me ha recordado su nombre y su apellido he de reconocer que me parece increíble haberme olvidado de una chica así, no sé ni cómo lo pude hacer, pero de alguna forma el dolor que nos produjo a todos y sobre todo a sus padres es algo que uno no debe de olvidar jamás. ¿Sabe qué le digo? - Esto último lo dijo con mayor confianza. - Quiero que el mundo entero conozca la verdadera cara de Shally Northom. Dígame a que dirección puedo enviarle las fotos del colegio donde estudiamos juntas y con mucho gusto dejaré que haga con ellas lo que usted desee.

El periodista alzó el dedo en señal de victoria a sus compañeros. Ya tenían una nueva historia con la que llenar sus páginas, y bajo el titular “¿Quién conoce a Shally Northom?” su vida sería del escrutinio público.



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Los sueños que viven en las camas de los moteles

Su mano quedó tendida en el aire, sumida entre la duda y la incertidumbre, en un gesto que resultó ser descorazonador para ambos, pues yo jamás he influenciado a nadie en la toma de decisiones, ni para bien ni para mal, simplemente me mantengo apartado, esperando pacientemente a que cada uno elija su propio camino. Así vivo mi presente, y nunca me veo obligado a rememorar en mi cabeza el pasado imaginado que hubiese sucedido si mi decisión hubiese sido contraria a la que en aquel momento decidí tomar. Pero vi en su cara esa expresión que tantas veces había contemplado, y al tenerla tan cerca de mí sentí una fuerte debilidad por tomar sus dudas como mías, pues vi en sus ojos la expresión de mi madre en aquella tarde de Lunes cuando sus manos entrelazadas sostenían el peso de su cabeza, y sus codos anclados a la vieja mesa de madera reforzaban los pilares de la duda que caía de forma estrepitosa sobre sus cabellos apartándola de la vista de quien la miraba.

Unos ojos azarosos y bucólicos se debatían entre la vida familiar y una existencia alejada de su propio hogar. Al pie de la silla donde estaba sentada había una maleta con un número escaso de pertenencias, cuyas prendas salían por los lados como si las prisas la hubiesen obligado a tomar una decisión repentina y poco meditada en el interior de su cabeza. Sobre la mesa había un único vaso de agua: medio vacío, medio lleno, una alegoría que más tarde se convertiría en el pilar de mi vida. Recuerdo a mi madre sumida en tal trance que ni tan siquiera se percató de mi presencia. No alzó la vista del vaso, ni tan siquiera se recogió sus cabellos para verme a través de ellos. Nada. No hizo ni un sólo movimiento para encontrarse con mi pequeño rostro de cuatro años que no cesaba de mirar fascinado y a su vez confuso aquella extraña y bucólica escena en la que se estaba debatiendo un asunto de vital importancia.

En algún momento comprendido entre el segundo y un par de horas, lo dudo, lo desconozco, el tiempo que permanecimos quietos los dos como simples estatuas mirando al infinito sin ver nada, mi madre se levantó de la mesa, tomó la única maleta que teníamos y aceleró el paso para alcanzar el umbral de la puerta antes de que mi padre y mi abuelo regresasen. Al pasar por mi lado lo único que hizo fue pasar las yemas de sus dedos entre mis cabellos, y de alguna forma sentí la descarga de su dolor recorrer cada centímetro de piel, carne y huesos, y esa fue la última vez que supe de ella, pues nunca más volví a decir su nombre en presencia de nadie, y sólo la nombre una vez en sueños en la edad adulta, una mañana de verano en la que el calor era tan sofocante que mi piel ardía y aquel recuerdo volvió a mí como si los años no se hubiesen interpuesto entre aquel momento y mi yo del presente.

Esperé por cortesía un tiempo prudencial, pero no iba a hacerlo de forma permanente, así que al final tomé mi propia decisión, y era la de irme de aquel lugar en busca de un futuro mejor, pero en cuanto me di la vuelta, los brazos de ella me rodearon, y sus senos quedaron pegados contra mi pecho, y de nuevo reavivó el deseo que había logrado contener a duras penas.

  • Quédate conmigo, vaquero. - Me dijo con un tono de voz cargado de miedos.

Atendí su ruego. Pero la única verdad que yo podía ofrecerle era la de hacerle ver que los sueños que viven en modestos moteles no son dulces ni agradables, sólo son simples heridas que cicatrizan sin llegar a dejar una gran marca del todo visible en el corazón de quien las porta.


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